Miquel Hernández
Se acaba el año de Miguel Hernández y no he podido disfrutar apenas de los eventos que se han organizado para celebrarlo.
Llegué a Miguel Hernández por un camino lento pero dulce e intimo. Puse mi primer paso en la infancia en la voz de mi madre que solía recitar de memoría con orgullo y fuerza los versos “Andaluces de Jaén, aceituneros altivos”. Aún no sabía quién había escrito esos versos ni el sentido que escondían. Me adentré un poco más en la adolescencia cuando con pudor y a escondidas escuchaba discos de Serrat y me sobrecogía la “Elegia”. El paso definitivo vino de la televisión, como niña de la generación de la tele que soy, gracias a una miniserie protagonizada por Liberto Raval y Sílvia Abasca. Allí descubrí la vida del poeta, del pastor que escribe poemas en lo alto de un cerro, de su amigo muerto, de la vida en Madrid de un muchacho humilde relacionándose con la intelectualidad privilegiad a irrepetible de la época. Lorca, Neruda. De la guerra, del poeta que anima a las tropas, del compromiso político, de la responsabilidad con su tiempo. Y de la cárcel y el abandono, y la añoranza de su mujer y su hijo. Y de su muerte. A partir de conocer su vida, me lancé a leer todos sus poemas que de pronto adquirían nuevo sentido, nuevas emociones, nuevos sentimientos. Desde entonces ya no he abandonado ese camino que me liga a Miguel.
Y sin embargo, posiblemente el vinculo con Miguel que más me emociona llegó hace apenas unos meses de la mano de un doble homenaje que me abrío la puerta a nuevos descubrimientos y nuevas emociones. Es un triángulo lírico e intimo perfecto.
El año pasado la cantante Mayte Martín puso voz a los poemas del poeta malagueño Manuel Alcántara. Entre ellos, un poema titulado “A Miguel Hernández”.
Al final de ese doble homenaje estaba Miguel Hernández, pero en el camino descubrí la poesía melancólica, sencilla, nostálgica de Manuel Alcantára con la que conecté enseguida y que se me ancló por dentro. Y me llegó todavía con más profundidad la voz clara y luminosa del flamenco de Mayte Martín que ya apreciaba antes pero que con este disco me dejó completamente deslumbrada. Aquí podéis ver el vídeo.
Es una canción de tres estrofas. Sencilla y limpia. Como ellos tres. Tres pequeñas estrofas que evocan tanto. Evocan la infancia en la oscuridad, la ignorancia y el olvido en que el Franquismo sumió a los grandes de nuestra literatura. No se podía saber nada de Miguel Hernández, era mejor que no se conociera su existencia, su muerte, su vida, sus poemas. De Miguel, de Federico y de tantos otros. Tal vez pensaban que así con el tiempo y la ignorancia, la gente acabaria olvidando que existieron y nunca más recitarían sus versos.
“no sabía que Miguel
muriera de España y cárcel
no se podía saber
… era yo un niño en el parque.
Bajó del penal al aire
Un rebaño de palabras
Estaban llenas de sangre
… era yo un niño en la playa
A aquellos montes de Málaga
Tiraron todos sus versos
Y sus penas y sus cabras"
dilluns, 27 de desembre del 2010
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