dissabte, 25 d’agost del 2018

Hanoi (II)





 Empezamos el día en el Mausoleo de Ho Chi Minh donde se proclamó la independencia del país el 2 de septiembre de 1945. Aunque el deseo del dirigente comunista era ser incinerado y que sus cenizas fueran esparcidas en las cimas de tres colinas en tres puntos del país (norte, centro y sur) como símbolo de la unidad del país, la verdad es que cuando murió en 1969 el país aún no estaba unificado, así que sus restos descansan hoy en este mausoleo. La visita es libre y gratuita pero no pudimos acceder porque en verano hacen obras de mantenimiento.

Donde sí pudimos entrar es al Antiguo Palacio del Gobernador que está justo al lado y que fue la residencia de Ho Chi Minh. En un primer momento sorprende que un líder comunista decidiera vivir en el aparentemente ostentoso palacete neorrenacentista de color mostaza. En breve, nos aclaran que él se negó a vivir en este edificio y que lo cedió para los trabajadores del gobierno. Ho Chi Minh vivió en el mismo recinto pero en una casa de teca más sencilla. Se pueden ver desde fuera su dormitorio y despacho. Los últimos tiempos se construyó una casa aún más pequeña como refugio antiaéreo.

También muy cerca visitamos la encantadora Pagoda de Pilar  Único que se erige en medio de un estanque y que intenta evocar una flor de loto.  Más cercana al centro se encuentra la Pagoda de Tran Quoc, una de las más antiguas de la ciudad. Está situada en una península en medio de un lago.

Finalmente, nos acercamos al Templo de la Literatura que data de 1070 y que era lo que podría considerarse la primera Universidad de Vietnam. En un primer momento, sólo asistían los hijos de los mandarines pero luego se abrió a todo el pueblo y podían asistir los mejores alumnos de todo el país, aunque fueran de origen humilde. Eso sí, tenían que pasar muchísimos exámenes y pruebas para conseguir entrar y sólo había 15 o 20 plazas. En el Templo hay un cuadro con los nombres de los alumnos que sacaron las mejores notas cada año en aquella especie de selectividad. Resulta escalofriante leer nombres del año 1.300. En el lateral del templo están enterrados también los doctores más laureados con tumbas en forma de tortuga, símbolo de la longevidad.

En la escuela se aprendía principalmente pensamiento y moral confuciana. En este punto preguntamos sobre la lengua vietnamita que es una lengua monosilábica y tonal. Nos explican que se hablaba un derivado del chino pero que en el siglo XIX cuando llegan los franceses para poder comunicarse deciden trascribir todos los sonidos a caracteres latinos creando así el idioma vietnamita.

Al mediodía regresamos para comer y hacer algunas compras más (regateando en las compras siempre!) al barrio francés y nos invitan a una turistada actuación de marionetas en el agua.

Por la tarde tomamos el tren nocturno con destino Lao Cai, la capital de la región de Sapa. En el tren, nos llevamos una increíble sorpresa. Parados aún en la estación de Hanoi, descubrimos que en el compartimento que coincide exactamente al lado del nuestro ventana con ventana del tren estacionado junto al nuestro es el compartimento de una compañera de trabajo que también está visitando Vietnam.

divendres, 24 d’agost del 2018

Hanoi, la capital del dragón


Para empezar las cosas por el principio, el viaje a Vietnam debería iniciarse en Hanoi donde se inició la historia del país.

Esta  ciudad milenaria (en 2010 celebró sus 1.000 años de existencia), fue erigida según los principios de la geomancia que establecía un orden cosmológico. Para ellos se necesitaba una montaña, un río (el río Rojo), lagos y montes. Esto último faltaba en los alrededores de Hanoi, así que decidieron construir unos montículos de forma artificial.
Durante casi 800 años se llamó Thang Long, que tiene la preciosa traducción de “ciudad del dragón alzando el vuelo”. Y justamente hoy es la capital de ese dragón del sudeste asiático que es Vietnam lanzándose al desarrollo económico. Más tarde cambió su nombre por el actual que tampoco le viene mal puesto que significa “ciudad de la prosperidad creciente”.

Posiblemente una de las visitas imprescindibles es el barrio de los comerciantes y artesanos, 36 calles del centro histórico que están pendiente de ser reconocidas como Patrimonio de la Unesco. Hasta allí nos desplazamos en ciclo-taxi, creyendo morir durante los primeros cinco minutos por culpa de la locura del tráfico donde te sientes el elemento más vulnerable. Y luego divirtiéndote en medio de la marea de camiones, coches, motos (muchas motos, tantas motos como no habíamos visto nunca, pero no sabíamos que en Saigón íbamos a ver muchísimas más). Y los últimos cinco minutos del ciclo taxi creyendo que realmente vas a morir por la contaminación, que en realidad es más baja que en Barcelona o Madrid. El barrio de las 36 calles está formado por edificios de dos o tres plantas muy decorados y con fachadas estrechas. Se llaman “casas tubo” y se construyeron porque se pagan los impuestos por terreno, así que decidieron hacer las casas estrechas.

El barrio está junto al lago Hoan Kiem cruzado por un coqueto puente rojo. Y al otro lado se haya el barrio francés que aún conserva su catedral, un inspiración triste de Notre Dame de París, como un vestigio del pasado francés de la que fuera capital de la Indochina francesa. Durante los años ochenta y noventa todo lo francófono estuvo prohibido y era sospechoso de ir contra el régimen, así que todos aquellos que habían aprendido francés tenían que olvidarlo, los profesores dedicarse a enseñar otras lenguas y leer a escondidas literatura francesa. De hecho, en aquellos años estaba prohibido hablar con extranjeros por la calle a no ser que fueran de países comunistas. Y ya me diréis si es fácil a simple vista diferenciar un polaco de un belga.





Esa tarde nos pilló de improviso el primer chaparrón del viaje y nos refugiamos en un bar hasta que escampó. Regresamos al hotel caminando en un trayecto fascinante cuando ya las tiendas recogían. Era difícil caminar porque había que hacerlo por la calzada llena de motos y bicis circulando en todas direcciones, pero es que las estrechas aceras estaban ocupadas por motos aparcadas, gente fregando los platos de casa, o pequeñas sillas de plástico de pequeños bares donde la gente cenaba. Además el suelo es irregular, con baldosas rotas o inexistentes y hay bolsas de basuras por todas partes. Aún así nos divertimos sorteando  obstáculos y comprobando que ya éramos capaces de cruzar una calle sin sobresaltarnos.

dijous, 23 d’agost del 2018

Viajar a Vietnam, un sueño desde la adolescencia


Soñaba con viajar a Vietnam desde que era adolescente. En el corcho de mi habitación, el nombre de este país asiático recortado de algún reportaje de suplemento dominical compartió espacio con recuerdos del pasado (fotografías con amigas, entradas de conciertos o de películas, poemas mil veces recitados) y proyectos de futuro.  Allí estuvo colgado de una chincheta durante años y más tarde cuando me independicé clavado en mi mente como destino pendiente. En aquella época la gente se sorprendía de ver leer aquel lugar en mi habitación porque aquel nombre les traía a la memoria tantas películas americanas sobre la guerra. Las imágenes que yo tenía en mi retina nada tenían que ver con aquellas escenas. Pero sí que deseaba ir a Vietnam por culpa del cine. Los paisajes que yo soñaba ver algún día eran los cafés elegantes de Saigón donde Caterine Deneuve se encuentra con Vicent Perez y sobre todo la magia de las rocas y las montañas de la Bahía de Halong y los intensos verdes de los arrozales de las montañas de Sapa por donde escapaban su amante y su hija huyendo de la justicia. Descubrí la película Indochina una noche en un cine de verano en el pueblo  con los 16 años que viví con mayor intensidad sintiendo que todo era sublime y único. La amistad, el amor, las canciones, las películas.  
En estos casi 25 años que han transcurrido desde entonces he tenido la suerte de poder viajar a muchos lugares pero siempre quedaba Vietnam en la lista de pendientes. Los miedos, las fobias, los temores paralizantes eran la barrera que impedía cumplir ese sueño, hasta que los momentos difíciles en la vida me hicieron este año darle una patada a esos obstáculos fantasma.

Durante casi tres semanas he podido caminar bajo la lluvia por los arrozales embarrados del Valle de Sapa, me he despertado en un barco en la bahía de Halong por la que he podido navegar, recorrer en Kayak e incluso darme un baño, hemos visitado lo que queda de la ciudad imperial de Hué y hemos paseado a la luz de los farolillos de Hoi An. También hemos navegado en barca por los silenciosos canales de la Bahía del Mekong donde hemos ido a comprar a mercado y hemos dormido en una casa en una isla del delta. Incluso hemos recorrido un antiguo campamento del Viet con con sus escondites y búnkeres camuflados en la selva.  Lo que no he encontrado son los cafés elegantes de Saigón ni rastro del espíritu colonial. En Saigon y  en Hanoi reina el ritmo frenético, el bullicio, la contaminación, el nudo gordiano de los cables, las aceras intransitable con gente cocinado y comiendo en la calle, el desarrollo capitalista que amenaza con engullirlos si no están atentos a preservar su esencia. El capitalismo en un país socialista. De las ciudades, paradójicamente lo más encañador es el tráfico. Resulta hipnótico quedarte mirando en un esquina el caos del tráfico que fluye de forma harmónica.  Millones de motos trasportando los objetos más inverosímiles (tuberías, pollos, armarios), familias de cuatro y cinco miembros o , bebés durmiendo en brazos de sus madres al volante de motocicletas cochambrosas, bicicletas, animales, camiones, todo el mundo cruzándose sin respetar normas de tráfico, solamente una única regla. Ser previsible. Al final para cruzar una calle tenías que armarte de valor y confianza. Confiar en el destino. Lánzate a cruzar sin mirar, simplemente seguir tu camino con pausa pero sin detenerte ni dudar nunca. Sumergirte en el tráfico como un elemento más y fluir con el caudal. A veces me acordaba de una escena de Indiana Jones y la Última Cruzada donde debe cruzar un abismo confiando que habrá un puente bajo sus pies.

El viaje a Vietnam tuvo además una grata sorpresa inesperada. La extensión a Camboya. Mi objetivo no era visitar este otro país pero estaba programado así. De modo que no había leído, ni investigado, ni me había documentado nada sobre este lugar. No tenía referencias, ni si quieras imágenes que me evocaran que me iba a encontrar. A veces las mejores  impresiones te llegan cuando no te has creado ninguna expectativa. Y así fue. El país me ha deslumbrado por su paisaje, su gente, su historia, su cultura, Angkor era un lugar desconocido que me ha dejado con la boca abierta. Ahora tal vez la cuenta pendiente será acabar de conocer Camboya del que sólo hemos podido disfrutar un cachito.