diumenge, 9 de febrer del 2020

Nadie saldrá indemne de la exposición de Daniela Ortiz


El Palau de la Virreina de Barcelona acoge hasta mediados de febrero la exposición “Esta tierra jamás será fértil por haber parido colonos”, de la que es imposible no salir revolcado por el mar de rabia justificada que la artista Daniela Ortiz ha ido cultivando en diferentes proyectos donde denuncia el racismo, la xenofobia, el patriarcado, el clasismo y, especialmente, el colonialismo que sigue presente en nuestra sociedad.

Un aviso para visitantes curiosos. Es importante entrar con una actitud abierta y el pecho abierto, en disposición de recibir las puñaladas que Daniela  Ortiz nos tiene destinadas en forma de fotografía, vídeos, pintura, instalaciones, y diversidad de formatos que demuestran la versatilidad de la artista peruana.



Si además tiene la suerte de poder realizar la visita guiada de la mano de la misma Daniela Ortiz, el impacto está asegurado. El pasado jueves 6 de febrero éramos una multitud haciendo cola para asistir a la última visita guiada que ofrecía la artista. La cola daba la vuelta a lo pasillos de la sala de exposiciones y la misma Ortiz, abrumada por el éxito masivo de la convocatoria, tuvo que improvisar una segunda visita guiada al día siguiente invitando a muchos de los asistentes a irse. Los que nos quedamos avanzábamos como una masa por la sala, en ocasiones sin llegar a entrar en la sala donde ella daba la explicación y escuchando su potente voz desde lejos. Pero llegaba. Su voz y su mensaje.
 Su discurso vehemente, descarnado, reivindicativo, acusador, sale de las entrañas de la injusticia y la explotación. De la explotación de las tierras de América (que Ortiz denomina Abya Yala y que descubro en ese momento que es el nombre que las poblaciones Kuna de Panamá  y Colombia le dieron al continente antes de la llegada de Cristobal Colón, y es el que prefieren las actuales naciones indígenas en oposición al extranjero América), de la explotación de las poblaciones indígenas en su propio país y en el nuestro que siguen ocupando las capas más precarias de la sociedad y con los trabajos más duros, de la explotación de ser mujer migrante racializada con permiso de residencia en Europa, en Barcelona.

Como si se tratara de un monólogo de comedia, Ortiz empieza la visita guiada en la primera sala donde narra sus experiencias laborales en una pastelería barcelonesa donde decidió celebrar un Día de la Hispanidad comiéndose un bombón de chocolate de Guanaja (Honduras) cubierto de láminas de oro. Ortiz fue despedida de ese trabajo, pero no pudo reclamar porque abrir un proceso judicial podía poner en peligro su permiso de residencia. Te das cuenta de la diferencia de derechos que os separa, simplemente por haber nacido aquí y tener nacionalidad española. Más adelante explica como una vez ella y sus amigas estando con sus hijos en la playa fueron insultadas y agredidas por una persona, y asustadas tuvieron un primer impulso de llamar a la policía pero después lo descartaron sabiendo que la palabra de esa persona blanca valía mucho más que la de todas ellas, personas migrantes racializadas, y que incluso podía generar algún problema a alguna de ellas. Esa indefensión que viven tantas personas cada día y que tú ni siquiera eres consciente de ello. Una vida paralela de injusticia que condiciona las vidas de tantas personas en tu misma ciudad. Ortiz también explica como muchas veces las mujeres migrantes deciden no acercarse a pedir ayuda a servicios sociales por miedo a ponerse algún día en el punto de mira.

Con diversas instalaciones explica casos e historias de retiradas de custodia porque el simple hecho de ser migrante ya te convierte en sospecho de no ser unos buenos padres o madres. La interpretación racista y xenófoba del sistema se hace patente en un mural donde Ortiz ha colgado todos los criterios que se tienen en cuenta para quitarte la custodia de un hijo o hija, donde se hace una interpretación subjetiva desde nuestra mirada europea de lo que la crianza de los hijos y donde la situación económica ya resulta sospechosa o no tener la documentación adecuada. Como recuerda con rabia la propia Ortiz, el sistema no te ofrece la posibilidad de legalizar tu situación en España y encima utiliza esa falta de legalidad como argumento para quitarte a tus hijos, cuando el culpable de esa situación es el mismo sistema jurídico. Ortiz nos habla también en otra sala del hecho de que su hijo nacido en España no tiene la nacionalidad española, sino la situación legal de su madre. Vemos en un vídeo la performance “Ius Sanguinis” donde Ortiz se hace una supuesta transfusión de sangre de un hombre español estando embarazada de su hijo para poderle transmitir la españolidad a su hijo cuando nazca por derecho de sangre. En otro vídeo podemos asistir a otra performance donde denuncia las deportaciones en avión con sedación forzada que se practican en Estados Unidos.
El racismo y el clasismo no sólo está presente en nuestra sociedad. También en Perú. Ciertamente, es muy evidente cuando visitas una ciudad como Lima donde la población de barrios exclusivos como Miraflores es mayoritariamente blanca y tiene sus supermercados chic con productos ecológicos y restaurantes veganos. Y el resto de la ciudad y la periferia donde la población es indígena y vive en situación precaria y de pobreza. Ortiz lo ha retratado con diversos proyectos. Entre ellos, unas fotografías de los planos y las casas de la clase alta peruana, casas de diseño, enormes, preciosas, espaciosas, luminosas, que han ganado premios de arquitectura. Y donde el espacio dedicado a la habitación de las personas de servicio es un cubículo de 3 o 4 metros cuadrados sin ventilación, y en ocasiones ubicado en el sótano.

En otra de las salas, Ortiz nos presenta su ABC de la Europa racista, un alfabeto ilustrado para niños donde recoge los fundamentos de la xenofobia de esta continente que cree con superioridad moral. También a continuación denuncia la hipocresía europea en un proyecto en forma de vidrieras de las grandes catedrales. Entre otros elementos, Ortiz critica la dictadura del laicismo que impera en Europa que considera inferiores a aquellas personas creyentes, ya sean musulmanas, judías o cristianas. Aquí, la artista ofreció un alegato apasionado de sus creencias cristianas, una reivindicación de su espiritualidad en oposición a la hegemonía del laicismo, la ciencia y la razón.

Otro de los proyectos que Ortiz narró con pasión, vehemencia y sentido del humor fue el vídeo “Discurs mediàtic” que ha generado cierta polémica, pues se trata de una performance de una clase de lengua catalana que reciben inmigrantes extracomunitarios para poder obtener los informes positivos de arraigo y donde los participantes aprenden a pronunciar catalán repitiendo frases xenófobas que los políticos han lanzado en los medios de comunicación.

Otro de los proyectos interesantes hace referencia a la comida como forma de colonización. Ortiz explica como le sorprendió la presencia del cerdo y del jamón en España, como está presente las fotos, los símbolos, incluso los pies de cerdo colgados en cocinas y restaurantes, y que interpreta como una forma de imposición vinculada a la expulsión de judíos y musulmanes.

En diversos trabajos de la exposición, la artista peruana muestra como la colonización sigue presente en nuestra sociedad no sólo en la práctica sino simbólicamente. Nombres de calles, plazas, estatuas, monumentos de personajes que son célebres por haber explotado a otros pueblos ya no tienen sentido en nuestros días. La misma parada de Virrei Amat, la estatua de Colón o el mismo Palau de la Virreina que acoge la exposición son muestras de este homenaje a los abusos cometidos contra las sociedades indígenas. Justamente el punto final de la visita llega en la sala donde está el retrato del Virrey que da nombre al palacio y en el cuál Ortiz ha instalado cuadros que, imitando las pinturas de castas, un género pictórico que plasmaba la diferencia de clases en los territorios explotados por los colonos españoles, pero donde la artista ha buscado otros protagonistas. Aquí nos habla de cómo se perpetua la xenofobia y el racismo en nuestra sociedad a través de figura que aparentemente están en contra de estas actitudes. Con sus textos y pinturas, Ortiz ridiculiza a las trabajadoras sociales blancas, a los independentistas catalanes blancos, a los intelectuales de izquierdas blancos, a las feministas blancas, a los políticos de izquierdas blancos, y así hasta una veintena colectivos que son acusados directamente de sus actitudes racistas.




La intensa y multitudinaria visita acabó con todo el público cantando una versión antiracista de la “Bella Ciao”.

En la web de Daniela Ortiz se pueden consultar algunos de sus trabajos.


diumenge, 2 de febrer del 2020

Los paralelismos entre "Leer Lolita en Teherán" y el "Cuento de la Criada"



 Una de las ficciones que más me ha impactado en los últimos años es la serie El Cuento de la Criada (aún no he leído el libro de Margaret Atwood). Creo que lo que más me estremece es el contraste entre la vida anterior a Gilead, exactamente igual a la nuestra, y el presente totalitario de la serie. Resulta escalofriante ver en los flashbacks de la serie como la sociedad va cediendo terreno poco a poco, con detalles insignificantes, dejando que les arrebaten sus derechos individuales sin apenas alzar la voz. Hasta que llega un punto que cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde. Es como la metáfora de la rana metida dentro de una olla ardiendo, el calor ha ido augmentado de temperatura de una forma tan sutil que cuando se da cuenta ya no puede salir del caldero con vida. Lo que es escalofriante es cuándo echas  un vistazo a tu entorno y te preguntas si estaremos viviendo nosotros una situación similar, dejando que nos arrebaten nuestros derechos sin darnos cuenta.

A este tipo de ficciones les ponen la etiqueta de “distopia” porque son situaciones terribles (al contrario que la utopía) que no han tenido lugar. Realmente ¿no han tenido lugar? ¿no están teniendo lugar ahora mismo y desde hace años?  Mientras estaba siguiendo la serie vi una fotografía en Twitter que no he conseguido olvidar. Era una imagen de unas mujeres en Kabul en los años 70, aparentemente unas amigas jóvenes con sus cabellos sueltos y largos, sus minifaldas y sus tacones
, siguiendo la moda de aquella época. Esas mismas mujeres vivían en Afganistán en los 70 y luego en los 80, en los 90, en la actualidad bajo un régimen totalitario que las cubrió con un burka y anuló todos sus derechos. No es la misma historia que nos explica Margaret Atwood en el Cuento de la Criada. Nos parece abominable el sufrimiento de Emily, de June, incluso de Serena, y es el mismo que llevan sufriendo desde hace décadas tantas personas en nuestro mundo real (y no de ficción).
Debatiendo sobre este tema durante una caminata por las montañas de Groenlandia una de mis compañeras de viaje me recomendó el libro “Leer Lolita en Teherán” de Azar Nafisi que no dudé en conseguir al regresar a Barcelona.

Se trata de una obra de no ficción, los recuerdos una profesora iraní que imparte  literatura inglesa en diversas universidades de Teherán desde principios de los 80 hasta finales de los 90 en los que se exilia a Estados Unidos, donde había estudiado desde que tenía 13 años hasta que decidió regresar a su país en plena revolución. En el libro asegura que hasta que regresó a su país de nacimiento, Irán, que se dio cuenta de lo que realmente significa el exilio.

Un pasado de libertad, un presente de opresión

Como en el Cuento de la Criada, en “Leer Lolita en Teheran” vamos viendo el contraste entre el pasado democrático y el presente totalitario, que se ceba especialmente con los derechos de las mujeres pero que acaba ocupando todos los espacios de la vida cotidiana. Asistimos al paulatino recorte de derechos, a las primeras protestas e insumisiones, a las terribles represalias contra los que se niegan a acatar las nuevas normas. Purgas, expulsión de los puestos de trabajo, inhabilitación, torturas, encarcelamiento, ejecuciones. Son también las consecuencias de aquellos que rebelan contra Gilead.

“La revolución fue algo hermoso porque los iraníes querían un cambio en sus vidas. Y deseaban mejorarlas; deseaban tener más derechos, más derechos relativos a su participación en la política. Pasó a ser una pesadilla cuando un grupo de personas confiscó ese sueño e intentó imponer su propia imagen a toda la sociedad. Entonces es cuando los sueños se vuelven destructivos, y eso es lo que los hace tan peligrosos”

“Mi madre había elegido con quién quería casarse y había estado entre las seis primeras mujeres elegidas para el Parlamento en 1963. En esos años, cuando yo era pequeña, la diferencia que había entre mis derechos y los derechos de las mujeres de las democracias occidentales era mínima. Pero entonces no estaba de moda pensar que nuestra cultura era incompatible con la democracia moderna, ni que había una versión occidental y otra islámica de la democracia y de los derechos humanos. Todos queríamos libertad y oportunidades. Por eso apoyamos el cambio revolucionario; porque exigíamos más derechos, no menos. … En mi adolescencia yo había visto que dos mujeres habían llegado a ser ministras. Después de la revolución, esas mismas mujeres fueron sentenciadas a muerte por luchar contra Dios y por fomentar la prostitución”.

La insumisión de los pequeños gestos

En el Cuento de la Criada vemos como cada persona necesita buscar sus propias vías de libertad en un estado tan opresivo. Serena fuma cigarrillos como un acto de rebeldía. Resulta conmovedor las chicas protagonistas de “Leer Lolita en Teherán”, que recordemos no son personas de ficción sino personas reales, también precisas de esos gestos personales de libertad personal para sentirse seres humanos. Así, salir a la calle con los labios o las uñas pintadas bajo el manto negro es un acto de rebeldía para ellas, teniendo en cuenta que se arriesgan a ser arrestadas o torturadas a latigazos si las detiene por la calle una patrulla de la moralidad. Y aun así, las personas necesitamos sentirnos libres aunque sea con esos detalles. “Al margen de que el Estado se hiciera represivo, al margen de lo intimidadas y asustadas que estuviéramos, al igual que Lolita, queríamos huir y crear nuestras pequeñas trincheras de libertad. Y al igual que Lolita, aprovechábamos todas las oportunidades para hacer gala de nuestra insubordinación mostrando un poco de cabello por debajo del pañuelo, poniendo un poco de color en la gris uniformidad de nuestro aspecto, dejándonos crecer las uñas, enamorándonos y escuchando música prohibida”.

Como explica Azar Nafisi en una entrevista al final del libro: “Lo que realmente deseaba investigar era cómo se las arregla la gente cuando vive en una realidad opresiva. ¿Cómo crean por sí mismos espacios abiertos con la imaginación? En realidad ese es el tema principal del libro: el papel de la imaginación a la hora de crear espacios abiertos, de resistir a la tiranía tanto de la política como del tiempo”.

Igual que en Gilead, el sistema se organiza para implicar a todos los ciudadanos y que nadie tenga escapatoria. “El peor crimen que cometen las ideologías totalitarias es que obligan a los ciudadanos, incluidas sus víctimas, a ser cómplices de sus crímenes… La única forma de salir del círculo, de dejar de bailar con el carcelero, es descubrir la manera de conservar la individualidad. … Invadían la intimidad e intentaban moldear cada gesto con el propósito de obligarnos a convertirnos en uno de ellos, lo que, en sí mismo, constituía otra forma de ejecución”

Nafisi en el libro relata esta escena: “Sentada frente a mí, dando vueltas a la cucharilla, me explicó por qué todos los actos normales de la vida se habían convertido, para ella y para otros jóvenes como ella, en pequeños actos de rebeldía y de insubordinación política”.


La imaginación es subversiva

El control del Estado totalitario que nos relata Nafisi en Irán llega a invadir aspectos como el amor, el entusiasmo o la alegría que eran considerados ilegales. Así nos lo relata cuando habla del cine iraní: “En las películas iraníes, incluso, cuando se supone que hay dos personas enamoradas, el amor no se percibe ni en sus miradas ni en sus gestos. El amor estaba prohibido, desterrado de la esfera pública. ¿Cómo podía experimentarse si expresarlo era algo ilegal?”

Y también en una escena en la que acuden a un concierto casi ilegal donde unos jóvenes tocan esforzándose por parecer apáticos: “El grupo estaba formado por cuatro jóvenes iraníes, todos aficionados, que nos amenizaron con sus versiones de los Gypsy Kings. Pero no se les permitía cantar: solo podían tocar sus instrumentos. Tampoco podían mostrar ningún entusiasmo por lo que hacían, porque manifestar emociones era antiislámico”.

En Gilead no hay cine, no hay música, no hay libros, no hay formas de manifestar la imaginación porque sería subversivo.  “Vivir en la república islámica es como tener relaciones sexuales con un hombre al que aborreces”, explica una alumna de Nafisi en el libro, “Bueno, pues así es; si te obligan a acostarte con alguien que te disgusta, dejas la mente en blanco y finges estar en otra parte, tiendes a olvidar tu cuerpo; lo detestas. Eso es lo que hacemos aquí: fingimos constantemente que estamos en otra parte... planeándolo o soñándolo”.

Y ese estar en otra parte, esa huida mental, ese refugio vital, esa imaginación prohibida lo consiguen mediante la literatura y las clases que imparte la profesora Nafisi, primero en la Universidad, y después en un club de lectura que crea en su casa cuando no puede soportar más someterse al sistema universitario.

Descubrir la vida que nos han arrebatado

En algún momento, alguna de las alumnas logra “estar en otra parte”. Hay un episodio que relata Nafisi en “Leer Lolita en Teherán” que es cuando una de sus alumnas consigue hacer un viaje a Damasco acompañando a su marido por trabajo. Las sensaciones que describe la chica al regresar recuerdan tanto al primer viaje de Serena y su marido a Canadá para participar en un encuentro político. Cuando Serena mira por la ventana del coche y ve a las parejas de la mano, besándose con libertad, vistiendo la ropa que desean y no la que le imponen. En este sentido, la alumna de Nafisi explica que “ Lo que más la afectó, sin embargo, fue el hecho de encontrarse en las calles de Damasco, por las que paseaba libremente, de la mano de Hamid, vestida con vaqueros y camiseta. Describió lo que era sentir el viento y el sol sobre su cabello y su piel. … se sentía furiosa por lo que podría haber sido. Estaba enfurecida por los años que había perdido, por su cuota perdida de sol y viento … Era un contexto distinto en su relación; ella se había convertido en una extraña, incluso para sí misma. ¿Esta era la misma Mitra, se preguntaba, esta mujer con vaqueros y camiseta naranja que pasea al sol con un atractivo joven? ¿Quién era esa mujer? ¿Podía aprender a incorporarla a su vida si se fuera a vivir a Canadá?” Curiosamente, para las alumnas de Nafisi Canadá se convierte en la tierra prometida igual que pasa en Gilead de Margaret Atwood, en este caso por proximidad geográfica.
    


Otro de los ingredientes más inquietantes, y también más determinantes, de El Cuento de la Criada es pensar que las mujeres adultas de la serie tienen referentes en el pasado para conocer qué era la democracia y la libertad, para saber cuáles son sus derechos porque los perdieron. Pero las chicas jóvenes o las niñas que nacen en Gilead no tienen ningún tipo de referente, no conocerán otra realidad más que esa, no podrán imaginar que otro mundo es posible. Parece ser que es lo que empuja a Serena a intentar salvar a la niña al final de la segunda temporada.  El régimen totalitario en Irán dura ya 40 años, las chicas de mi edad no habrán conocido otra realidad que esa. ¿Cómo rebelarse si no puede saber que otro mundo es posible? “ Mis chicas hablaban constantemente de besos robados, de películas que jamás habían visto y de la brisa que nunca habían sentido sobre la piel. La generación de ellas no tenía pasado. Sus recuerdos eran un deseo que se expresaba a medias, algo que no habían tenido nunca. Aquella carencia, aquel anhelo de los aspectos de una vida cotidiana y que se daba por supuesta, confería a sus palabras una cualidad luminosa, cercana a la poesía.    Si ahora, en este momento, tuviera que dirigirme a los que se sientan afines a mí en esta cafetería, en un país que no es Irán, para hablarles de la vida en Teherán, ¿cómo reaccionarían?”

Clases magistrales de literatura

Además de permitirnos conocer de primera mano la dureza de la vida en Irán, “Leer Lolita en Teherán” tiene otros elementos que la hace interesante, especialmente las clases de literatura que recibes.

La autora decide estructurar el libro en diferentes capítulos, cada uno de ellos corresponde a un escritor o escritora o a una obra, basándose en sus clases de literatura en la Universidad o en su club de lectura. A través del análisis que ella hace o de los debates con los alumnos asistimos a magníficas clases de literatura sobre Lolita de Nabokov, El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, las obras de Henry James y las de Jane Austen, que sirven a Nafisi para vincularlo con aspectos de la vida cotidiana en Teherán.

Lolita es la obra con la que empieza el libro y que le da título, justamente por el paralelismo que la autora encuentra con la situación en su país: “La desesperada verdad de la historia de Lolita no es la violación de una niña de doce años por un viejo verde, sino la apropiación de una vida por otra”
Y es que cuando lees la novela de Nabokov no siempre eres consciente que conocemos a Lolita sólo por cómo la describe su padrasto violador. Creo que se ha cometido una injusticia terrible con el autor y con su personaje, porque demasiadas veces, especialmente en el cine, se ha interpretado a Lolita desde la mirada del agresor.  “Así, emerge otra Lolita que va más allá de su caricatura de niña atrevida, vulgar e insensible, a pesar de que también lo sea. Una chica solitaria, herida, despojada de su infancia, huérfana y sin refugio”.

 “Lolita forma parte de una especie de víctimas indefensas a las que nunca se les concede la oportunidad de contar su propia historia. Como tal, se convierte en víctima por partida doble: además de arrebatarle su vida, también le quitan la historia de su vida. Nos dijimos que participábamos en aquel seminario para no ser víctimas de ese segundo crimen”

El objetivo de Nafisi es pues dar voz a todas esas vidas silenciadas y oprimidas por el régimen autoritario, especialmente a las mujeres. Igual que en el Cuento de la Criada, Nafisi se focaliza en la situación de la mujer en Irán para reflejar el impacto de los regímenes totalitarios, pero sus consecuencias son devastadoras para toda la población. Vemos como destroza la vida de mujeres sí, pero también de los intelectuales, de artistas, de colectivos de otras razas o religiones, de personas con ideales democráticos. Como concreta la autora en la entrevista: “Si desea saber el grado de libertad existente en una sociedad, hay que observar a las mujeres (también en este país; las mujeres, los homosexuales y las minorías son los canarios que se bajan a la mina de carbón), ya que simbolizan los derechos individuales que son el aspecto más peligroso para un estado totalitario”