divendres, 13 d’agost del 2010

Mapa cromático del atardecer






Es un único sol el que nos ilumina, hay lugares en el mundo tan asombrosos que logran imponer su personalidad tiñendo con su luz propia los atardeceres. Hay ciudades que regalan sus colores al Sol. Tonalidades únicas, que casi podrían definirse en un número de Pantone concreto, que no podrían reproducirse en ningún otro lugar del planeta. Así, el Sol se pone sobre Estambul en un rojo encarnado, desangrándose en sus afilados minaretes, mientras que el desierto de Wadi Rum despide el día envolviéndose plácidamente en el oro carmelita de sus dunas. Y de azul turquesa se tiñe el ocaso en Oía, en el extremo norte de Santorini. Es gris, brillante y satinado, el sol que desaparece tras los rascacielos de Manhattan y el puente de Brooklyn. Y es violeta uno de los atardeceres más espectaculares que he visto en mi vida desde la fortaleza de El Morro, frente a la Habana.

Puntual como cada noche desde el siglo XVIII, un cañonazo anuncia las nueve de la noche, hora en la que se cerraban las puertas de la ciudad. Ahora una ceremonia sólo apta para turista representa aquel momento.


Recortada sobre el horizonte, la vieja vagabunda, sucia y desaliñada, se transforma de pronto en una dama blanca, elegante e inmaculada. A esa hora, la Habana adquiere una perfección casi de ficción como si se tratara de la maqueta de una película de catástrofes de Hollywood donde está a punto de caer un rayo fulminante, un meteorito de destrucción masiva o una nave espacial con visitantes enemigos. ¿Cómo puede tener un envoltorio tan pulcro y distinguido con la decadencia que esconde dentro esta ciudad embrujadora? Y es que pese a todo, es imposible resistirse al encanto de la Habana, con sus fachadas restauradas en colores pastel junto a callejones oscuros y abandonados, con sus palacetes aristocráticos junto a edificios apuntalados, sucios, despellejados, donde luce la ropa tendida. La restauración llevada a cabo en los últimos años le ha lavado la cara a algunos rincones de la ciudad, arduo trabajo que aunque revela lugares preciosos no significa más que una anécdota, es tan residual para la magnitud que representa la Habana. Calles y calles, barrios enteros que son diamantes en bruto, escondiendo su belleza para su cara sucia. Si hago un esfuerzo por imaginarme lo que sería toda la Habana restaurada, se ilumina la ciudad, la ciudad más hermosa del mundo … convertida en un parque temático. Ficticia, un decorado inmenso, pensada para deleite de los turistas, con su cirugía estética implantando botox en sus fachadas y haciendo liposucciones en sus callejuelas. Me gusta la Habana tal y como la he conocido. Mundana, ruidosa, popular. Gris de día y violeta al atardecer.

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