dilluns, 16 d’agost del 2010

Jorge Drexler, atrayente en sus silencios y en su conversación

El pasado sábado una treintena de personas tuvimos el privilegio de estar charlando durante una hora con Jorge Drexler en el escenario incomparable de la biblioteca del Castell de Peralada. Se trataba de una afortunada iniciativa que forma parte de las actividades de la Universitat d’estiu de la Universitat Ramon Llull. Es de agradecer el detalle del intérprete de Urugay de esperar durante una hora a la veintenta de asistentes que veníamos en autocar y que nos vimos atrapados en un atasco monumental. De todas formas, aquella hora de espera no fue tiempo perdido para Drexler si “he podido hacerlo en una biblioteca como ésta”. Nada se pierde, todo se transforma, El cantautor animó a los presentes a “prestar atención a las cosas, e incluso a uno mismo”. Según Drexler, sólo prestando atención a uno mismo, “que es lo único de lo que se tiene perspectiva en el universo” se descubre por ejemplo una vocación. Y lo explicaba alguien que estudió Medicina y acabó dedicándose a la música, para disgusto inicial de su padre, presente en la biblioteca.


Es asombrosa la capacidad de abstracción de Drexler para hablar de nada en concreto una hora pero mantener tu atención, e incluso deleitarte con los que estás escuchando, aunque sea una digresión sobre el ruido que hacen los aires acondicionados. Así comenzó la charla, pidiendo que apagaran el aire acondicionado para respetar el silencio de la biblioteca: “los libros además de emitir conocimiento, absorben sonido”, aseguró Drexler ilustrándonos sobre la acústica de los libros y demostrando con una palmada que no se producía eco, sólo “un eco tenue”. Esto que estás oyendo ya no soy yo, es el eco del eco de un sentimiento.

También tuvo palabras para bombillas que iluminaban la biblioteca y que aunque no lo percibamos en un primer momento, también emiten sonido. “El ruido de una máquina encendida constantemente es como un mal olor”, aseguró refiriéndose a los aires acondicionados mientras yo pensaba en mi antigua nevera apestando mi casa durante 5 años. La maquina la hace el hombre, y es lo que lo que el hombre hace con ella.

Y continuando con el tema improvisado de su conferencia aseguró que “yo trabajo más sobre el silencio que sobre el sonido”. E incluso confesó que “los músicos que trabajan conmigo están escogidos por su silencio”. Drexler nos hizo para atención sobre la belleza del silencio compartido que implica una unión, “que todo el mundo esté de acuerdo en algo”. En guardar silencio. Drexler se admiraba que en un concierto, en una conferencia, la audiencia se hace activa cuando se mantiene en silencio, “porque hace algo que consiste en no hacer”. Y en referencia a si percibía las reacciones del público encima del escenario, Drexler reconoció estar muy abierto a todo lo que sucedía pero sin estar demasiado abierto porque “el que piensa arriba del escenario pierde. Porque pierde el hilo”.

Como comentó en un momento de diálogo con la rectora de la Ramon Lull, Esther Giménez-Salinas, hay conferenciantes a los que sólo les interesa el contenido de lo que tienen que decir y no el continente. Y a veces el continente es tan atrayente como el contenido. Drexler tiene esa fabulosa capacidad de resultar igual de embriagador lo que dice como el cómo lo dice. Concretamente, en la charla del sábado primaba la atracción del continente. El contenido eran digresiones vagas ante la timidez de la audiencia que parecía demasiado impresionada por la presencia del Drexler-ídolo como para establecer un diálogo con él, que era en teoría a lo que habíamos venido. La mayoría, y yo me incluyo, nos bastaba con oírlo hablar. De lo que fuera. Del sexo de los ángeles. Aunque no pude perder una oportunidad como aquella para intervenir y que el Drexler-ídolo me respondiera directamente a mí, olvidando que hace ya algunos años (cuando no era tan conocido como ahora) le hice una entrevista informal y relajada en el hall del hotel Barcelona Sants puesto que venía al teatro Joventut a presentar su último trabajo Sea. En aquella ocasión, cometí el error de no aceptar unas invitaciones al concierto que hoy me emocionarían.

Otra fan espontánea le preguntó si a la noche, en la actuación en el Festival de Peralada, iba a cantar “la canción del Óscar”, a lo que Drexler respondió: “no creo, pero la cantaré ahora mismo si me prometes no volver a llamarla la canción del Óscar”, porque ésta canción tiene un nombre y ya existía antes de ganar la estatuilla con la que el intérprete parece tener una relación incómoda, aunque es innegable que el premio le aportó el reconocimiento mundial, o al menos el Conocimiento general, o incluso el éxito. “Etimológicamente éxito significa salida, y en medicina significa muerte”, recordó el antiguo estudiante de Medicina. “El éxito es la muerte de una entidad viva y dinámica, pasa al mundo mineral”.

En la actuación de la noche en el Festival de Peralada, que la lluvia respetó hasta los bises, no cantó efectivamente “al otro lado del rio”, pero sí dos de las canciones de Drexler que más me entusiasman: su versión de la canción “milonga del moro judio” (hay tanta cordura, tanta lucidez en esa letra que me apena que no sea más conocida, que no se enseñe en las escuelas ya sea en la asignatura de Educación a la Ciudadia o en la de Literatura en vez de las rimas de Quevedo con ese aire misógino y racista) y “el pianista del gueto de Varsovia”.

Milonga del morojudio
Por cada muro un lamento
En jerusalén la dorada
Y mil vidas malgastadas
Por cada mandamiento.
Yo soy polvo de tu viento
Y aunque sangro de tu herida,
Y cada piedra querida
Guarda mi amor más profundo,
No hay una piedra en el mundo
Que valga lo que una vida.
Estribillo
Yo soy un moro judío
Que vive con los cristianos,
No sé que dios es el mío
Ni cuales son mis hermanos.
No hay muerto que no me duela,
No hay un bando ganador,
No hay nada más que dolor
Y otra vida que se vuela.
La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste,
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera,
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste.
Estribillo
Y a nadie le dí permiso
Para matar en mi nombre,
Un hombre no es más que un hombre
Y si hay dios, así lo quiso.
El mismo suelo que piso
Seguirá, yo me habré ido;
Rumbo también del olvido
No hay doctrina que no vaya,
Y no hay pueblo que no se haya
Creído el pueblo elegido.
Estribillo

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