diumenge, 27 de febrer del 2022

Reflexiones sobre la crisis de la mediana edad, que se cura caminando

Andar por el placer de andar, sin otro objetivo. Cada mañana miles de mujeres mayores quedan con sus amigas para ir a andar a parques, paseos y ramblas. Cada noche de verano, expediciones de mujeres abandonaban las callejas blancas de mi pueblo para lanzarse a la negritud de la carretera o el silencio de la montaña, aprovechando el único momento en el que el calor da tregua en Andalucía. Andar como entretenimiento, actividad física, hobby, como forma de desplazarme predilecta, como viaje. No resulta novedoso en mi vida, puesto que hace años que andar por el simple placer de andar es una actividad habitual para mí, a menudo compartida con personas queridas. Hago viajes a lugares lejanos donde recorrerlos andando es el principal objetivo y los paseos vespertinos con mi madre son nuestra rutina diaria como un momento de descomprensión de la jornada laboral y de tiempo compartido juntas. El deseo de andar se convirtió en exacerbado durante el confinamiento más duro y dio paso a la frustración cuando empezaron las fases de desconfinamiento por no poder hacerlo lejos del cemento, los edificios, las naves industriales y las estrechas aceras. En mi ciudad, la más masificada de Europa, no se cortaron calles para habilitarlas para el paseo.  Pero es cierto que en los últimos meses cuando la vida me ha dado un revolcón, andar ha sido una revelación, ha adquirido un valor casi vital como una actividad sanadora, curativa, liberadora. Han sido espacios de socialización, de risas, de descubrimiento y conocimiento mutuo, pero también de reflexión, de confidencias, de intimidad que facilita el ir caminando, a menudo sin rumbo, acompañada siempre por personas cercanas, algunas del batallón de sororidad  que se movilizó para tejer la red que evitara que cayese. Andar para dejar fluir las conversaciones,  hilos de ideas y pensamientos que se van enredando como una madeja a medida que avanzan nuestros pies.

Y justamente andar es una de las principales salidas a la crisis existencial de la mediana edad que apunta el filósofo Kieran Setiya  en un ensayo En la mitad de la vida. Una guía filosófica. “Existe un placer en salir a dar un paseo, vagar por ahí o hacer montañismo, no para llegar a ninguna parte, sino por el bien mismo de andar. Andar a es atélico: a diferencia de volver caminando a casa, no tiene por objetivo su propia terminación”.

Setiya nos ilustra sobre las actividades télicas (del griego “telos”: final) “que conducen a estados terminales, en los que éstas se acaban, y por lo tanto se agotan”. Son aquellas actividades que tienen un objetivo que cumplir, que realizas para llegar a un término. Después están las actividades “atélicas  que no conducen a ningún punto ni se agotan. Serían el caso de escuchar música, pasar el rato con los amigos o la familia o ir a dar un paseo.

Según Setiya, en gran parte la crisis de la mediana edad se produce porque cada vez más construimos nuestra vida en torno a actividades télicas, una existencia basada en proyectos con objetivos que tenemos que cumplir, planes, y logros. Me reconozco en esta mentalidad. Mi tendencia excesiva hacia las actividades télicas. Tengo listas diarias, semanales, mensuales, anuales, vitales de logros y objetivos que quiero alcanzar. Y como soy tan disciplinada me esfuerzo por conseguirlos y pongo todos los medios y rigor en lograrlo. “Estos proyectos son la fuerza motriz que nos impulsa hacia el futuro y una razón para vivir”, asegura Setiya.

Pero la mentalidad télica es una trampa en sí misma, porque te aboca a una existencia centrada en agotar proyectos, en completar planes, en consumir objetivos. Una fuente de frustración y insatisfacción, un sinsentido que lleva a la crisis existencial que expone Setiya (El vacío está en la esencia  de la orientación télica”) o al abismo del que hablaba Schopenhauer. “El problema de estar consumido por los planes, obsesionado por hacer cosas. Si tus fuentes de significación son abrumadoramente télicas, sea cuál sea su valor, el éxito de los planes solo puede significar su cese. Es como si estuvieras luchando por erradicar el significado de tu vida, y este solo se salvara porque es demasiado grande o porque sigues encontrando más” (Setiya). Según este filósofo, si tu motivación vital nace del sufrimiento de cumplir tu objetivo, cuando cumples el objetivo lo pierdes, pones fin a una actividad que hace que tu vida sea valiosa. “Este motor de autodestrucción  es el que alimenta la crisis de la mediana edad” (Setiya). Y pone un ejemplo claro: es como si te esforzaras por conseguir amigos con el fin de luego decirles adiós.

Las reflexiones de este ensayo me han hecho pensar en algunos pensamientos de Virginia Woolf en "Las Olas"

“Y sin embargo, la vida es agradable, es tolerable. El martes sucede al lunes; luego viene el miércoles. El espíritu crece y se multiplica. El sentimiento del Yo se fortifica; también el dolor es absorbido en este continuo crecimiento. Abriéndose y cerrándose, cerrándose y abriéndose, con un incesante murmullo, el apresuramiento y la fiebre de la juventud encuentran su empleo hasta que todo ser parece maniobrar con la perfección de un mecanismo de rejo ¡ con qué rapidez nos transporta la corriente de enero a diciembre! ¡somos arrastrados por un torrente de las cosas y estas cosas se han tornado tan familiares que ya no percibimos su sombra”

Quiero vivir siempre

Reconozco la sensación cuando llega un momento en tu vida en que te preguntas: ¿Esto es todo lo que hay? ¿Cuál es el sentido de estar aquí? ¿tengo una vida que vale la pena ser vivida? Sólo tengo una vida, ¿la estoy viviendo como debería o desperdiciando este regalo?  Y no es una crisis de la modernidad, la Odisea ya hablaba de la crisis de la mediana edad cuando nos encontramos a Ulises en plenos episodios de infidelidad, borracheras, muerte del padre y  necesidad de terapia familiar. El libro cita un estudio norteamericano que sitúa la crisis de la mediana edad en torno a los 46 años como la parte baja de una U mayúscula donde el inicio de la letra es la juventud y el final es la vejez.  Satiya asegura que la crisis de la mediana edad surge de la opresiva necesidad de trabajar, no de la ausencia de valor del mundo.

El ensayo propone dedicar tiempo a cosas que no sean uno mismo y dejar de mirarse el ombligo, pero también a la importancia de reservar espacios en nuestra vida para hacer actividades con valor existencial, actividades con sentido. “Si pierdes contacto con el valor existencial , si no encuentras tu propio espacio para las actividades de los dioses, …”. Habla de la contemplación  como actividad ociosa y superflua, hecho que nos haría sentir culpables en esta sociedad hiperproductiva, pero es que aquí radica su gloria. “Parece que la felicidad reside en el ocio, en efecto, nos privan del ocio para tenerlo, igual que hacemos la guerra para tener paz”. Y no quiere decir que trabajar, facturar, tener obligaciones  y responsabilidades no sea importante pero “atrapado en la rueda de lo que hay que hacer, un día tras otro, puede que no tengas tiempo para lo que quieres pero no necesitas”.

Setiya también se centra en un capítulo en la sensación de arrepentimiento, de la pérdida por las vidas que ya no tuviste, que pueden ocasionar la crisis existencial de la mediana edad. La tortura de las cosas que pudiste hacer y no hiciste. Lo que hiciste y lo que dejaste de hacer. La culpa de la acción y la omisión. La carrera que no elegiste, la beca a la que no te presentaste, el trabajo que no cambiaste, la pareja que escogiste. Sin embargo, lo que aconseja es no dejar estas ideas de arrepentimiento en un plano ideal o abstracto sino cotejarlas con la realidad, lo más concretas posible, porque a lo mejor entonces te das cuenta que tampoco eran la opción que habrías querido vivir. Como me dijeron una vez, hay que distinguir los sueños (por los que hay que luchar) de las fantasías. Y no debería generarme frustración no haber sido corresponsal de guerra, vivir en otra ciudad o dar la vuelta al mundo en velero porque me muero de miedo si veo una cucaracha así que imagínate un tiroteo, no podría vivir lejos de mi familia y amigas, y me mareo en patinete de pedales en el mar. “No sopeses alternativas de manera teórica, acércate: deja que lo especifico adquiera importancia frente a la gran caricatura de las vidas no vividas”.  “En la mediana edad estamos expuestos al dolor del deseo no satisfecho”. Cuando eres joven las pérdidas son futuras, vidas aún no vividas. A los 45, son vidas que ya no has vivido ni estás viviendo, son pérdidas pasadas y presentes. Aún así, prudencia en esos volantazos en medio de crisis existenciales:  “Piensa que aunque hay razones para cambiar nuestra vida – trabajos frustrantes, matrimonio fracasados, mala salud – el propio atractivo del cambio puede resultar engañoso … es fácil exagerar ese valor de cambio … Piénsate lo dos veces antes de destrozar tu casa. ¿Es su interior lo que odias o el hecho de que tenga muros”

El libro apunta que todo el desencadenante de esta situación es la conciencia de que la muerte no es una abstracción, sino una amenaza real. La asunción que somos mortales.  Que con suerte estamos a mitad del trayecto. Y tal vez, al final, tanto andar nos permite dilatar el destino y disfrutar del camino

“No quiero morirme, no quiero ni quiero quererlo. Quiero vivir siempre, siempre, siempre” Miguel de Unamuno.

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