Me
habían llegado comentarios muy elogiosos de “Ordesa” de Manuel Vilas y
reconozco que me aventuré a su lectura sin saber a qué iba a enfrentarme. De entrada,
pensaba que iba a leer una novela y me encontré con una obra de no ficción, reflexiones
personales de un escritor, desconocido para mí. Una lectura áspera, descarnada,
cruda que confieso que tuve que abandonar en diversas ocasiones, para alternarla
con lecturas más ligeras, menos densas, que me permitieran respirar. Es una lectura plomiza, que hay que dosificar. Y en esa
prolongación de la lectura, en ese tiempo dilatado, el relato de Vilas fue confundiéndose con
los avatares de mi propia vida. Ordesa habla sobre todo de la muerte de los
padres. La lectura coincidió en el tiempo con la pérdida inesperada de una
figura paterna en mi vida, pero en este caso mi padre político. Como
trama secundaria, Vilas habla también de su divorcio y su abandono posterior, su caída a los infiernos, una lectura que coincidía como la vivencia de mi propia separación. Así, “Ordesa”
ha sido un libro que removía demasiado, claustrofóbico, que había que ir alejando cada cierto
tiempo porque podía amenazar con invadirme con su desasosiego, su abandono, su
tristeza, su desánimo.
Sin
duda, una grata sorpresa ha sido descubrir la prosa de Vilas. Deslumbrante, con
frases certeras como mazazos de mortero y otras tan líricas y delicadas como
bisturís. Pero casi todas ellas hieren, te hacen sangrar. Te brota la sangre a
borbotones como una hemorragia imparable y en otras ocasiones un hilito de
sangre, apenas imperceptible a la vista pero que no deja de escocer, como esos
cortes estúpidos que nos hacemos en los dedos con el borde de un papel.
El
dolor y la pobreza
“El
dolor es amarillo” escribe Vilas. Y esta obra habla constantemente del dolor, en sus
múltiples versiones. “También me doy cuenta en este instante de que en mi vida
no han sucedido grandes cosas, y sin embargo llevo dentro de mí un hondo
sufrimiento. El dolor no es en absoluto un impedimento para la alegría, tal
como yo entiendo el dolor, pues para mí está vinculado a la intensificación de
la conciencia”. El dolor emocional que te ocasionan las personas que amas. Padres,
hermanos, amigos, pareja, hijos. “La
estimación de los demás acaba siendo la única cédula de tu existencia”.
Vilas
habla de la muerte de sus padres y su desarraigo del mundo y su soledad desde
entonces: “Me costaba hablar con gente que no había conocido a mis padres, es
decir, con la mayoría de la gente con que me topaba; las personas que no habían
conocido a mis padres me ensombrecían el ánimo”.
“Ordesa”
dedica unos pasajes también a un extraño fenómeno que algunos hemos vivido desde niños, que se intensifica en la adolescencia y que hemos intentado
corregir en la juventud y madurez: el pudor a ser
cariñosos con nuestros padres. Lástima a veces el poco tiempo que la vida nos dejó para rectificar y ser cariñosos con nuestros padres que se fueron demasiado pronto. “Pero aun
así no le cogí la mano nunca por propia voluntad, salvo cuando tenía que
ayudarla a caminar, entonces sí le cogía la mano. Agradecí esa obligación,
porque me permitía cogerla de la mano sin perder el pudor, la distancia, la
lejanía”. Y añade en un párrafo durísimo: “Y no cogí la mano de mi padre
moribundo. Nadie me enseñó a hacerlo. Me daba pánico hacerlo, me daba miedo, un
miedo que iba agigantando mi soledad. El miedo a una mano, que acabó
consintiendo la gran soledad en la que vivo”.
Son
muchas las páginas donde Vilas analiza su origen humilde, hablando de la pobreza en España de la clase trabajadora, de la
esclavitud de la nómina y el capitalismo. “La confesión de la
pobreza en España parece una inmoralidad, algo repudiable, una afrenta. Y, sin
embargo, es lo que hemos sido casi todos” porque como recuerda el escritor “los
ricos seguían siendo los otros. Nunca nosotros. No hubo manera de pillar un
chollo, eso es España para todos nosotros, para cuarenta y cuatro millones de
españoles: ver cómo un millón de españoles pillan un chollo y tú no lo pillas”.
Vilas
incide en cómo la pobreza influyó en muchas de las vivencias y en la
personalidad de sus padres y de él mismo. “Dios dé una buena ración de miseria
a todos esos cursis que dicen que el dinero no da la felicidad” porque “En
realidad, todo esto tiene que ver con la pobreza. Era la pobreza —lo pobres que
éramos— lo que me hacía temblar de miedo. Y al miedo me dio por llamarlo
ternura. Si hubiéramos sido ricos, todo habría ido mejor, y esa es la verdad de
todas las cosas”.
Utiliza
metáforas efectivas y logradas para representar esas aspiraciones de los pobres
a una vida mejor: “El ropero fue nuestro aleph, el aleph de la clase media-
baja española surgida en la posguerra. Los cuartos roperos fueron nuestra
guarida especulativa” o “Cuanto más pobre se es en España, más se ama la
Navidad”.
Vilas
dedica unos cuantos pasajes a hablar de los años como asalariado trabajando
como profesor, como una claudicación al sistema capitalista, como rendirse a
formar parte del engranaje que te aniquila la rebeldía y los sueños: “Mucho
tiempo estuve narcotizado por una nómina”. “El complemento directo representaba
al proletariado de la sintaxis, tenía que cargar con todo, tenía que cargar con
la acción del verbo…Muchas veces yo mismo he sido un complemento directo,
siempre cargando con el verbo, con la tiranía del verbo, que es la violencia de
la Historia”.
La
ternura por el padre entregado a su trabajo
El ejemplo de la sumisión a la pobreza y al capitalismo lo
representa Vilas en la figura de su padre, un abnegado trabajador, que retrata deslomándose
por los beneficios de la empresa. El escritor habla con tristeza de los años de
carretera que dedicó su padre a dejarse la piel como comercial de una empresa textil.
“Tú, recorriendo absurdos
pueblos de Aragón, luchando por vender el textil catalán, el textil de las
boyantes empresas catalanas —barcelonesas, prósperas y ya con relaciones
internacionales—, a sordos y oscuros y pobretones sastres de pueblos atrasados”,
“Y el sórdido empleo, y la sórdida ganancia
de una comisión, toda la vida detrás de una comisión a la intemperie, que no te
dio para nada, absolutamente para nada”. Manuel se
llamaba su padre. Y era un comercial sociable,
presumido, obsesionado con su coche. Leer sobre su padre en aquellos
días me rompía el corazón.
Me emociona una anécdota cuando explica que su padre guardaba
todos los papeles mientras su madre quería siempre deshacerse de ellos: “acusando a mi madre de tirarte los
duplicados y las facturas, y es aquí adonde quería ir a parar, porque si yo no
encuentro mis papeles es porque no sé ordenar nada, y he pensado que a ti te
pasó lo mismo, que en realidad nadie te tiraba ningún papel. Eras tú el que los
sepultaba unos debajo de otros por tu incapacidad para despachar el correo y
los asuntos”.
Resulta escalofriante reconocer a personas queridas en descripciones
ajenas. Algunos detalles además de a mi suegro también me traían a la memoria a
mi padre. “A mi padre le
gustaba ir siempre muy bien peinado, hasta tal punto que si hacía viento no
salía de casa, porque se despeinaba”. Mi padre además no podía salir de casa sin ponerse colonia.
La irreverencia de la madre
La ternura que demuestra al
retratar a su padre no es menor al referirse a su madre, pero lo hace con la
comicidad que se vislumbra tras una mujer libre e irreverente. Al lado de un
padre comedido, encontramos una madre desmedida. “Era una mujer-drama. Su
dramatismo era superior a la paciencia de los médicos” Una mujer al margen de normas
sociales. “A mi madre no le
gustaba llamarse de ninguna manera. No creía tener nombre. No quería estar
sometida a un nombre. No por pensamiento, sino por instinto… Es, al final, la
desafección por las leyes de la realidad social que rigió la mirada de mi madre”.
Frente al padre abnegado y trabajador,
intuimos una mujer vitalista y apasionada: “Fue entonces cuando aprendí a amar
el mes de junio. Mi madre me enseñó a amar ese mes, que es especial; aquel
jardín era una celebración del mes de junio, porque junio es anunciación del
verano, es ya sol, pero no hay corrupción del verano. Cuando el mes de julio
llega comienza la hemorragia, aún invisible. Agosto es el mes de la visibilidad
de la septicemia del verano, de su herida, de su arrastrarse por la atmósfera,
por la cara de los hombres, por las ramas de los árboles incompasivos, mientras
muere. La muerte del verano era horrible. Mi madre veía el final del verano como
un hecho trágico, sacrílego. ¿Quién se atrevía a matar el verano? Odiaba la
llegada del mal tiempo. Ella creía en el sol. Era herética, vivió bajo los
ritos del sol. Tenía una obsesión con la luz y con tomar el sol. El sol y estar
viva fueron lo mismo para ella. Adoraba el verano. Adoraba que anocheciera
tarde, muy tarde”
“Mi madre me regaló la impaciencia y la
superstición. Me enloquece el ruido de fondo de la vida de mis padres sonando
en todas partes. Mi madre rompía envases. Se le caían las cosas de las manos.
Nuestra torpeza era hija de las manos recién estrenadas y de los dedos
inhábiles de los primeros homínidos. Mi madre no tenía paciencia en los
supermercados. No entendía una cola. No entendía el orden de los pasillos de un
supermercado. Le podían la rebelión, la cólera, la nada. A mí también”
Me enternece el padre de
Vilas, pero me cae muy bien su madre. Yo también adoro el mes de junio, me atrapa
la penumbra cuando llega septiembre y los días se hacen más cortos, odio los
supermercados con sus colas y sus pasillos, las luces blancas tan hirientes, el
exceso de productos y colores, la megafonía, la limpieza y orden como un hospital,
me superan de una forma física visceral, casi fóbica, que a veces me hace abandonar los productos en una estantería y salir casi corriendo del supermercado. Evito ir a comprar, hago mil cosas antes,
posponiendo el momento de entrar a un supermercado, prefiero esperar fuera y que otra persona compre por mi.
Mi presencia en “Ordesa”
Hay muchos elementos en “Ordesa”
que establecen un vínculo directo con mi pasado, con mi presente, con mi
familia, con mis valores, con mis experiencias. Tal vez por eso ha sido una
lectura tan complicada, que además casualmente vine a escoger para leer en un momento
complejo. Hay una parte de mi en este libro que habla de personas que no
conozco y lugares donde nunca he estado.
Soy una persona más
vitalista y alegre que el escritor, más como su madre, pero aún así me reconozco en muchas escenas y
pensamientos.
“Todos
esos paquetes de tabaco que estaban en las mesas y mesitas de mi casa están
asociados a la juventud de mis padres. Había alegría entonces en mi casa,
porque mis padres eran jóvenes y fumaban. Los padres jóvenes fumaban…. Ellos
fumaban y yo miraba el humo, y así pasaron los años”
“Eran
los años setenta, cuando la vida iba más despacio y podías verla. Los veranos
eran eternos, las tardes eran infinitas, y los ríos no estaban contaminados. El
mes de junio aparecía por Barbastro como un dios que iluminaba la vida de la
gente”.
“Bebí
café, me duché. Siempre dudo qué hacer primero: si tomar café o ducharme”
“Siento
como si los guardias conocieran mi pasado, como si supieran que soy un impostor”
“Pero
en ti anida, desde el comienzo, el virus histórico y genético de tu madre: una
insatisfacción que se extiende como una mancha de petróleo sobre los océanos
del mundo, y lo hace de manera constante e irreprimible”
“En
mi vida, como en tantas otras vidas, combatieron el platonismo y la
promiscuidad”
“Aquellas
mañanas en donde yo solo tenía once o doce años y no conocía las devastaciones
del insomnio”
“Lo
único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No
esperes”
"El
sol es Dios. El culto al sol es mi culto. La adoración del sol es la adoración
de lo visible. Y lo visible es la vida. Si estamos vivos, es porque el sol
inunda de luz"
Un libro de aforismos
El
libro está lleno de sentencias, la mayoría tristes y desoladoras, sobre su
forma de ver el mundo pero que se me antojan tan lúcidas.
“Ocultamos el salario, pero es lo único
confesable que tenemos. Cuando averiguas el salario de alguien, lo ves desnudo”
“El
matrimonio es la más terrible de las instituciones humanas, pues requiere
sacrificio, requiere renuncia, requiere negación del instinto, requiere mentira
sobre mentira, y a cambio da la paz social y la prosperidad económica”.
“Todo
el mundo debería dudar de su fecha de nacimiento. No hay ninguna certeza vivida
en esa fecha, y te determina estúpidamente, y tiendes a darle una importancia
que no procede de tu propia voluntad sino de pactos sociales anteriores a ti.
Pactos que se hicieron mientras tú no estabas en este mundo o estabas sin haber
nacido, sin haber colisionado”
“Se
escribe una cosa u otra según sea el papel, la mano, el boli, la pluma o el
ordenador o la máquina de escribir. Porque la literatura es materia, como todo.
La literatura son palabras grabadas en un papel. Es esfuerzo físico. Es sudor.
No es espíritu. Basta ya de menospreciar la materia”
“Si
el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona se desvanecieran, España se
convertiría en un agujero negro. La gravedad de España son dos clubes de fútbol”
“El
problema del Mal es que te convierte en culpable si te toca. Ese es el gran
misterio del Mal: las víctimas siempre acaban en culpables de algo cuyo nombre
es otra vez el Mal. Las víctimas son siempre excrementales. La gente simula
compasión hacia las víctimas, pero en su interior solo hay desprecio. Las
víctimas son siempre irredimibles. Es decir, despreciables. La gente ama a los
héroes, no a las víctimas”
“Todo
alcohólico llega al momento en que debe elegir entre seguir bebiendo o seguir
viviendo. Una especie de elección ortográfica: o te quedas con las bes o con
las uves”
“En
la hipocondría hay belleza, porque todo ser humano, cuando ya ha pasado la
mitad de su vida, dedica su tiempo (tal vez antes de dormirse por las noches, o
cuando viaja en transporte público, o cuando se sienta en la consulta del
médico) a fabular sobre qué tipo de enfermedad lo arrancará del mundo”
“La
poesía es precisión, como el capitalismo. La poesía y el capitalismo son la
misma cosa”
“Que
te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único
éxito… Se puede saber por la forma de caminar si te espera alguien o no te
espera nadie”
“No
hay nada que defina mejor la soledad de un ser humano que su neceser”