dilluns, 21 d’octubre del 2013

Varsovia, la belleza de las cicatrices

“Cracovia es la bonita, y Varsovia muy fea”, “Varsovia es la que fea, no?” “Varsovia es una ciudad muy gris”,“En Varsovia no hay que ver”, estos son algunos de los comentarios que solía hacerme la gente cuando explicaba que iba a pasar unos días en Varsovia. Seguramente porque ante tanta crítica negativa lleva las expectativas muy baja sumado a que Varsovia ya despertaba mi simpatía al ver como la trataban como la hermana fea, la verdad es que la capital de Polonia me cautivó. Me ha pasado otras veces que por oposición a la mayoría me acaba gustando mucho la ciudad considerada fea en comparación con su hermana bonita. Me pasó con Gijón frente a Oviedo, con Bilbao frente a Donosti, con Bruselas frente a Brujas, Belfast frente a Dublín. Ahora me está pasando lo mismo con Milán. Cuanto más me dice la gente lo fea que es la ciudad a donde voy a pasar mis próximos días libres, más cariño le cojo.

Suelen ser estas ciudades industriales, casi siempre obreras, en ocasiones portuarias que no pretenden nada, que no le dan importancia a las apariencias, auténticas y honestas, humildes y sinceras, que ofrecen con las manos abiertas todo lo que tienen: callos, arrugas, cicatrices, heridas, ojeras. Son ciudades curtidas, luchadoras, que han tenido una vida intensa y difícil. A su lado, todo el mundo admira la belleza evidente de sus hermanas, señoritas burguesas o artistocráticas, encantadoras, que adoras al primer vistazo. Hermosas con sus delicosos vestidos, sus maquillajes y sombreros. Señoritas bien que han tenido una vida entre algodones. Cultas, cuidadas, educadas y delicadas. Es evidente que toda metáfora es una generalización exagerada, pero las imagino así. Por supuesto que me encantan Cracovia, Oviedo, Donosti y no podría negar que son ciudades más hermosas, pero sus hermanas con sus cicatrices  tienen un lugar más preciado en mi corazón.

También Cracovia y Varsovia podrían representar esas mismas hermanas con vidas opuestas. Y sería injusto decir que Cracovia no ha sufrido, siendo una ciudad polaca con lo que le ha tocado padecer en la historia a ese país. Sin embargo, por poner sólo un ejemplo, Cracovia no sufrió bombardeos ni destrucciones en la II Guerra Mundial mientras que Varsovia fue prácticamente arrasada. También la población de Cracovia sufrió el sometimiento de la ocupación nazi, pero fueron especialmente los judíos los más represaliados, mientras que en Varsovia la ciudadanía de todos los credos y clases sociales fue oprimida salvajemente. También hay que decir que como las otras hermanas feas, su espíritu era luchador y rebelde así que se revolvió indómita contra el poder nazi. El fuerte movimiento de resistencia de Varsovia y los levantamientos en el gueto y luego toda la ciudad entera son claros ejemplos del alma valerosa de esta ciudad. Sólo hay que ver que el símbolo de la ciudad es una sirenita armada con una espada, dispuesta a defender la ciudad.

Como Berlín, Varsovia es una ciudad fascinante porque adentrarte en sus calles y en sus barrios es revivir la historia del siglo XX. Pero a diferencia de la capital alemana que parece que cuenta con unanimidad en la admiración que despierta, Varsovia tiene un casco histórico precioso que además por sí mismo ya habla de ese espíritu de superación.


También hay que confesar que todo este interés histórico que esconde la capital polaca se aprecia mucho más si se visita acompañado de alguien conocedor de la ciudad y de su historia que nos vaya desvelando los episodios más importantes de cada rincón de la ciudad: una visita por la ciudad vieja, por la ciudad nueva, por la Varsovia comunista, por las huellas del gueto, por la Varsovia de la resistencia y el levantamiento durante la II Guerra Mundial son algunos de los paseos fascinantes que ofrece la capital polaca.

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