La lectura de los poemas de Wislawa Szymborska me ha causado una honda impresión. Estoy asombrada por su poesía, magnifica, como pintada con técnica de claroscuros, que te acompaña con voz queda y un lenguaje sencillo a hacerte las preguntas profundas de la existencia humana a través de situaciones de la vida cotidiana.
Pero esa lectura me ha generado una inquietud que me invade
a veces cuando acabo un libro que me ha impresionado. Es como inevitable que
todo lo leído, todo lo aprendido, todo lo sentido se diluya, sólo puedes
retener una ínfima parte.
En este caso, además no puedo ni tener el placer de seguir tejiendo
la trama compartiendo mis impresiones con otros lectores porque aunque ganó el
Premio Nobel de Literatura hace un par de años no conozco a nadie que la haya
leído. En realidad, conozco a poca gente que lea literatura, así que una poeta
polaca mucho menos. Me sentía con el compromiso de darla a conocer, me parecía
una lástima que el resto de los amantes de la poesía se perdieran esta joya por
desconocimiento. Además, no podía cerrar el libro sin más y colocarlo en la
librería y empezar otro. De hecho, no he podido empezar otro libro desde
entonces y no me despertaba interés el que ya tenía a medias. Es como cuando
acabas una onza de intenso chocolate, que intentas retrasar el momento de
lavarte los dientes o de comer otra cosa para mantener el saber el máximo de
tiempo posible en tu boca. Así, creo que estoy intentando retener los poemas y
las palabra de Szymborska sobrevolando sobre mi espíritu, que el tiempo no los
desvanezca, que el viento de los días no los diluya como la niebla, que las
otras lecturas no borren las palabras como cuando escribes en la arena.
Sentí que para que esos poemas me acompañaran más tiempo,
para que pasaran a formar parte de mí habría sido capaz de comerme página a
página si así hubiera podido fundirse con su esencia como nuestro cuerpo absorbe
la vitamina C cuando comemos una naranja.
De adolescente copiaba fragmentos que me gustaban en una
libreta. Luego los releía una y otra vez y, algunos, los memorizaba. Por qué
perdemos algunas buenas costumbres cuando crecemos? Ya no nos queda tiempo para
memorizar un poema o leerlo veinte, treinta, cincuenta veces. Ahora subrayo los
versos, los fragmentos que me gustan, y marco los poemas que me gustan enteros
y donde no vale la pena subrayar cada frase. A veces hago fotos y los comparto
en las redes sociales. Y me pregunto si eso es todo? Cómo puede ser eso todo?
Cómo puede el arte y el talento de una escritora destilado en un puñado de poemas
seleccionados consumirse en tres o cuatro días y olvidarse. Pero cómo retenerlos?
Pienso que la única manera es trabajándolos, analizándolos, como cuando íbamos
al instituto.
Vamos pues a intentarlo.
Szymborska plantea grandes preguntas que nos hemos hecho los
humanos desde siempre. Por que soy un homano y no otro ser vivo o inanimado? Qué
hacemos aquí? Qué sentido tiene nuestra existencia? Por eso cuál Heráclito
avisa:
“Nada sucede dos veces
Ni sucederá, y por eso
Sin experiencia nacemos
Sin rutina moriremos”
Dicen que escribe poesía filosófica pero lo hace con un
lenguaje sencillo, cotidiano, accesible. Y además, y aquí está también la clave,
con un sentido del humor y una ironía que te arranca siempre una sonrisa ante
preguntas sobre la existencia, sobre la naturaleza, sobre el cosmos, sobre la
religión, la mitología. Tiene poemas sobre la conciencia, sobre el suicidio, sobre
nuestro lugar en el mundo. Se pregunta siempre, se asombra ante el mundo que la
rodea. Por eso, en sus poemas interpela a las nubes, a veces dialoga con las
plantas o convierte en protagonistas a los gatos, al viento, a las tortugas, al
número Pi. Como Irene Solà en “Canto jo i la muntanya balla” Pero en ningún
caso resulta ridículo, sino totalmente verosímil y emocionante, poemas con de
capas de significado que abren hilos de pensamiento únicos en cada lector.
A las plantas les viene a decir que ella lo sabe todo sobre
ellas, pero qué saben las plantas con las que vive de ella:
“La relación unilateral entre vosotras y yo
no va mal del todo
(…)
Per cómo contestar a preguntas nunca hechas,
Si, además, una es
Para vosotras tan nadie”
Y a las nubes las describe como elementos pasajeros, efímeros
para los que nuestros dramas personales nada importan.
“Frente a las nubes
hasta una piedra parece un hermano
en el que se puede confiar
y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas.
Que exista gente si quiere,
y después que se muera uno tras otro,
poco les importa a las nubes
todas esas cosas
tan curiosas”
He leído que Symborska reivindicaba la Atlántida como aquel
lugar de lugar al que huye nuestra imaginación. “La Atlántida, da igual si ha
existido o no, es muy rentable. No sólo desde el punto de vista científico. También
psicológicamente. Es necesaria como un ejercicio de imaginación. No vale la
pena vivir desgastando toda nuestra imaginación en temas prácticos”
Al mismo tiempo habla de la guerra, de los refugiados, de la
absurdidad de las fronteras.
“¡Qué poco herméticas son las fronteras de los reinos humanos!
¡Cuántas nubes vuelan impunemente sobre ellas,
cuántas arenas del desierto pasan de un país a otro,
cuántas piedras del monte ruedan por propiedades ajenas
dando provocativos saltos!”
Aquí sobre la guerra
“Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo”
Nos habla también del amor. Pero no de un amor fácil y sensiblón,
sino de un amor cotidiano. Como un poema
delicioso sobre el amor a primera vista donde nos deja entrever cuántas veces se
cruzaron antes de conocerse y no se percataron el uno del otro, que me recuerda
a como la casualidad juega con los protagonistas de “Los amantes del círculo
polar. También le dedica un poema al amor con el que duermes cada noche:
“Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
Entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca
No es mi voz el canto del pez en la red
(…)
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
Que abriera las paredes a su paso.
Tiene poemas dedicados al insomnio de las cuatro de la
madrugada, que tan bien conozco:
“Hora vacía
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.
Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,
Habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
Si es que tenemos que seguir viviendo”
Poemas sobre echarse a suerte quién va a visitar a una
persona moribunda al hospital, poemas dedicados a Casandra o al a mujer de Lot:
“Por no mirar más el cogote justo
de mi esposo Lot.
Por la súbita certeza de que, si muriera,
ni si quiera se habría detenido.
Por la desobediencia de los sumisos”
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