diumenge, 2 de febrer del 2020

Los paralelismos entre "Leer Lolita en Teherán" y el "Cuento de la Criada"



 Una de las ficciones que más me ha impactado en los últimos años es la serie El Cuento de la Criada (aún no he leído el libro de Margaret Atwood). Creo que lo que más me estremece es el contraste entre la vida anterior a Gilead, exactamente igual a la nuestra, y el presente totalitario de la serie. Resulta escalofriante ver en los flashbacks de la serie como la sociedad va cediendo terreno poco a poco, con detalles insignificantes, dejando que les arrebaten sus derechos individuales sin apenas alzar la voz. Hasta que llega un punto que cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde. Es como la metáfora de la rana metida dentro de una olla ardiendo, el calor ha ido augmentado de temperatura de una forma tan sutil que cuando se da cuenta ya no puede salir del caldero con vida. Lo que es escalofriante es cuándo echas  un vistazo a tu entorno y te preguntas si estaremos viviendo nosotros una situación similar, dejando que nos arrebaten nuestros derechos sin darnos cuenta.

A este tipo de ficciones les ponen la etiqueta de “distopia” porque son situaciones terribles (al contrario que la utopía) que no han tenido lugar. Realmente ¿no han tenido lugar? ¿no están teniendo lugar ahora mismo y desde hace años?  Mientras estaba siguiendo la serie vi una fotografía en Twitter que no he conseguido olvidar. Era una imagen de unas mujeres en Kabul en los años 70, aparentemente unas amigas jóvenes con sus cabellos sueltos y largos, sus minifaldas y sus tacones
, siguiendo la moda de aquella época. Esas mismas mujeres vivían en Afganistán en los 70 y luego en los 80, en los 90, en la actualidad bajo un régimen totalitario que las cubrió con un burka y anuló todos sus derechos. No es la misma historia que nos explica Margaret Atwood en el Cuento de la Criada. Nos parece abominable el sufrimiento de Emily, de June, incluso de Serena, y es el mismo que llevan sufriendo desde hace décadas tantas personas en nuestro mundo real (y no de ficción).
Debatiendo sobre este tema durante una caminata por las montañas de Groenlandia una de mis compañeras de viaje me recomendó el libro “Leer Lolita en Teherán” de Azar Nafisi que no dudé en conseguir al regresar a Barcelona.

Se trata de una obra de no ficción, los recuerdos una profesora iraní que imparte  literatura inglesa en diversas universidades de Teherán desde principios de los 80 hasta finales de los 90 en los que se exilia a Estados Unidos, donde había estudiado desde que tenía 13 años hasta que decidió regresar a su país en plena revolución. En el libro asegura que hasta que regresó a su país de nacimiento, Irán, que se dio cuenta de lo que realmente significa el exilio.

Un pasado de libertad, un presente de opresión

Como en el Cuento de la Criada, en “Leer Lolita en Teheran” vamos viendo el contraste entre el pasado democrático y el presente totalitario, que se ceba especialmente con los derechos de las mujeres pero que acaba ocupando todos los espacios de la vida cotidiana. Asistimos al paulatino recorte de derechos, a las primeras protestas e insumisiones, a las terribles represalias contra los que se niegan a acatar las nuevas normas. Purgas, expulsión de los puestos de trabajo, inhabilitación, torturas, encarcelamiento, ejecuciones. Son también las consecuencias de aquellos que rebelan contra Gilead.

“La revolución fue algo hermoso porque los iraníes querían un cambio en sus vidas. Y deseaban mejorarlas; deseaban tener más derechos, más derechos relativos a su participación en la política. Pasó a ser una pesadilla cuando un grupo de personas confiscó ese sueño e intentó imponer su propia imagen a toda la sociedad. Entonces es cuando los sueños se vuelven destructivos, y eso es lo que los hace tan peligrosos”

“Mi madre había elegido con quién quería casarse y había estado entre las seis primeras mujeres elegidas para el Parlamento en 1963. En esos años, cuando yo era pequeña, la diferencia que había entre mis derechos y los derechos de las mujeres de las democracias occidentales era mínima. Pero entonces no estaba de moda pensar que nuestra cultura era incompatible con la democracia moderna, ni que había una versión occidental y otra islámica de la democracia y de los derechos humanos. Todos queríamos libertad y oportunidades. Por eso apoyamos el cambio revolucionario; porque exigíamos más derechos, no menos. … En mi adolescencia yo había visto que dos mujeres habían llegado a ser ministras. Después de la revolución, esas mismas mujeres fueron sentenciadas a muerte por luchar contra Dios y por fomentar la prostitución”.

La insumisión de los pequeños gestos

En el Cuento de la Criada vemos como cada persona necesita buscar sus propias vías de libertad en un estado tan opresivo. Serena fuma cigarrillos como un acto de rebeldía. Resulta conmovedor las chicas protagonistas de “Leer Lolita en Teherán”, que recordemos no son personas de ficción sino personas reales, también precisas de esos gestos personales de libertad personal para sentirse seres humanos. Así, salir a la calle con los labios o las uñas pintadas bajo el manto negro es un acto de rebeldía para ellas, teniendo en cuenta que se arriesgan a ser arrestadas o torturadas a latigazos si las detiene por la calle una patrulla de la moralidad. Y aun así, las personas necesitamos sentirnos libres aunque sea con esos detalles. “Al margen de que el Estado se hiciera represivo, al margen de lo intimidadas y asustadas que estuviéramos, al igual que Lolita, queríamos huir y crear nuestras pequeñas trincheras de libertad. Y al igual que Lolita, aprovechábamos todas las oportunidades para hacer gala de nuestra insubordinación mostrando un poco de cabello por debajo del pañuelo, poniendo un poco de color en la gris uniformidad de nuestro aspecto, dejándonos crecer las uñas, enamorándonos y escuchando música prohibida”.

Como explica Azar Nafisi en una entrevista al final del libro: “Lo que realmente deseaba investigar era cómo se las arregla la gente cuando vive en una realidad opresiva. ¿Cómo crean por sí mismos espacios abiertos con la imaginación? En realidad ese es el tema principal del libro: el papel de la imaginación a la hora de crear espacios abiertos, de resistir a la tiranía tanto de la política como del tiempo”.

Igual que en Gilead, el sistema se organiza para implicar a todos los ciudadanos y que nadie tenga escapatoria. “El peor crimen que cometen las ideologías totalitarias es que obligan a los ciudadanos, incluidas sus víctimas, a ser cómplices de sus crímenes… La única forma de salir del círculo, de dejar de bailar con el carcelero, es descubrir la manera de conservar la individualidad. … Invadían la intimidad e intentaban moldear cada gesto con el propósito de obligarnos a convertirnos en uno de ellos, lo que, en sí mismo, constituía otra forma de ejecución”

Nafisi en el libro relata esta escena: “Sentada frente a mí, dando vueltas a la cucharilla, me explicó por qué todos los actos normales de la vida se habían convertido, para ella y para otros jóvenes como ella, en pequeños actos de rebeldía y de insubordinación política”.


La imaginación es subversiva

El control del Estado totalitario que nos relata Nafisi en Irán llega a invadir aspectos como el amor, el entusiasmo o la alegría que eran considerados ilegales. Así nos lo relata cuando habla del cine iraní: “En las películas iraníes, incluso, cuando se supone que hay dos personas enamoradas, el amor no se percibe ni en sus miradas ni en sus gestos. El amor estaba prohibido, desterrado de la esfera pública. ¿Cómo podía experimentarse si expresarlo era algo ilegal?”

Y también en una escena en la que acuden a un concierto casi ilegal donde unos jóvenes tocan esforzándose por parecer apáticos: “El grupo estaba formado por cuatro jóvenes iraníes, todos aficionados, que nos amenizaron con sus versiones de los Gypsy Kings. Pero no se les permitía cantar: solo podían tocar sus instrumentos. Tampoco podían mostrar ningún entusiasmo por lo que hacían, porque manifestar emociones era antiislámico”.

En Gilead no hay cine, no hay música, no hay libros, no hay formas de manifestar la imaginación porque sería subversivo.  “Vivir en la república islámica es como tener relaciones sexuales con un hombre al que aborreces”, explica una alumna de Nafisi en el libro, “Bueno, pues así es; si te obligan a acostarte con alguien que te disgusta, dejas la mente en blanco y finges estar en otra parte, tiendes a olvidar tu cuerpo; lo detestas. Eso es lo que hacemos aquí: fingimos constantemente que estamos en otra parte... planeándolo o soñándolo”.

Y ese estar en otra parte, esa huida mental, ese refugio vital, esa imaginación prohibida lo consiguen mediante la literatura y las clases que imparte la profesora Nafisi, primero en la Universidad, y después en un club de lectura que crea en su casa cuando no puede soportar más someterse al sistema universitario.

Descubrir la vida que nos han arrebatado

En algún momento, alguna de las alumnas logra “estar en otra parte”. Hay un episodio que relata Nafisi en “Leer Lolita en Teherán” que es cuando una de sus alumnas consigue hacer un viaje a Damasco acompañando a su marido por trabajo. Las sensaciones que describe la chica al regresar recuerdan tanto al primer viaje de Serena y su marido a Canadá para participar en un encuentro político. Cuando Serena mira por la ventana del coche y ve a las parejas de la mano, besándose con libertad, vistiendo la ropa que desean y no la que le imponen. En este sentido, la alumna de Nafisi explica que “ Lo que más la afectó, sin embargo, fue el hecho de encontrarse en las calles de Damasco, por las que paseaba libremente, de la mano de Hamid, vestida con vaqueros y camiseta. Describió lo que era sentir el viento y el sol sobre su cabello y su piel. … se sentía furiosa por lo que podría haber sido. Estaba enfurecida por los años que había perdido, por su cuota perdida de sol y viento … Era un contexto distinto en su relación; ella se había convertido en una extraña, incluso para sí misma. ¿Esta era la misma Mitra, se preguntaba, esta mujer con vaqueros y camiseta naranja que pasea al sol con un atractivo joven? ¿Quién era esa mujer? ¿Podía aprender a incorporarla a su vida si se fuera a vivir a Canadá?” Curiosamente, para las alumnas de Nafisi Canadá se convierte en la tierra prometida igual que pasa en Gilead de Margaret Atwood, en este caso por proximidad geográfica.
    


Otro de los ingredientes más inquietantes, y también más determinantes, de El Cuento de la Criada es pensar que las mujeres adultas de la serie tienen referentes en el pasado para conocer qué era la democracia y la libertad, para saber cuáles son sus derechos porque los perdieron. Pero las chicas jóvenes o las niñas que nacen en Gilead no tienen ningún tipo de referente, no conocerán otra realidad más que esa, no podrán imaginar que otro mundo es posible. Parece ser que es lo que empuja a Serena a intentar salvar a la niña al final de la segunda temporada.  El régimen totalitario en Irán dura ya 40 años, las chicas de mi edad no habrán conocido otra realidad que esa. ¿Cómo rebelarse si no puede saber que otro mundo es posible? “ Mis chicas hablaban constantemente de besos robados, de películas que jamás habían visto y de la brisa que nunca habían sentido sobre la piel. La generación de ellas no tenía pasado. Sus recuerdos eran un deseo que se expresaba a medias, algo que no habían tenido nunca. Aquella carencia, aquel anhelo de los aspectos de una vida cotidiana y que se daba por supuesta, confería a sus palabras una cualidad luminosa, cercana a la poesía.    Si ahora, en este momento, tuviera que dirigirme a los que se sientan afines a mí en esta cafetería, en un país que no es Irán, para hablarles de la vida en Teherán, ¿cómo reaccionarían?”

Clases magistrales de literatura

Además de permitirnos conocer de primera mano la dureza de la vida en Irán, “Leer Lolita en Teherán” tiene otros elementos que la hace interesante, especialmente las clases de literatura que recibes.

La autora decide estructurar el libro en diferentes capítulos, cada uno de ellos corresponde a un escritor o escritora o a una obra, basándose en sus clases de literatura en la Universidad o en su club de lectura. A través del análisis que ella hace o de los debates con los alumnos asistimos a magníficas clases de literatura sobre Lolita de Nabokov, El Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, las obras de Henry James y las de Jane Austen, que sirven a Nafisi para vincularlo con aspectos de la vida cotidiana en Teherán.

Lolita es la obra con la que empieza el libro y que le da título, justamente por el paralelismo que la autora encuentra con la situación en su país: “La desesperada verdad de la historia de Lolita no es la violación de una niña de doce años por un viejo verde, sino la apropiación de una vida por otra”
Y es que cuando lees la novela de Nabokov no siempre eres consciente que conocemos a Lolita sólo por cómo la describe su padrasto violador. Creo que se ha cometido una injusticia terrible con el autor y con su personaje, porque demasiadas veces, especialmente en el cine, se ha interpretado a Lolita desde la mirada del agresor.  “Así, emerge otra Lolita que va más allá de su caricatura de niña atrevida, vulgar e insensible, a pesar de que también lo sea. Una chica solitaria, herida, despojada de su infancia, huérfana y sin refugio”.

 “Lolita forma parte de una especie de víctimas indefensas a las que nunca se les concede la oportunidad de contar su propia historia. Como tal, se convierte en víctima por partida doble: además de arrebatarle su vida, también le quitan la historia de su vida. Nos dijimos que participábamos en aquel seminario para no ser víctimas de ese segundo crimen”

El objetivo de Nafisi es pues dar voz a todas esas vidas silenciadas y oprimidas por el régimen autoritario, especialmente a las mujeres. Igual que en el Cuento de la Criada, Nafisi se focaliza en la situación de la mujer en Irán para reflejar el impacto de los regímenes totalitarios, pero sus consecuencias son devastadoras para toda la población. Vemos como destroza la vida de mujeres sí, pero también de los intelectuales, de artistas, de colectivos de otras razas o religiones, de personas con ideales democráticos. Como concreta la autora en la entrevista: “Si desea saber el grado de libertad existente en una sociedad, hay que observar a las mujeres (también en este país; las mujeres, los homosexuales y las minorías son los canarios que se bajan a la mina de carbón), ya que simbolizan los derechos individuales que son el aspecto más peligroso para un estado totalitario”

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