dijous, 23 d’agost del 2018

Viajar a Vietnam, un sueño desde la adolescencia


Soñaba con viajar a Vietnam desde que era adolescente. En el corcho de mi habitación, el nombre de este país asiático recortado de algún reportaje de suplemento dominical compartió espacio con recuerdos del pasado (fotografías con amigas, entradas de conciertos o de películas, poemas mil veces recitados) y proyectos de futuro.  Allí estuvo colgado de una chincheta durante años y más tarde cuando me independicé clavado en mi mente como destino pendiente. En aquella época la gente se sorprendía de ver leer aquel lugar en mi habitación porque aquel nombre les traía a la memoria tantas películas americanas sobre la guerra. Las imágenes que yo tenía en mi retina nada tenían que ver con aquellas escenas. Pero sí que deseaba ir a Vietnam por culpa del cine. Los paisajes que yo soñaba ver algún día eran los cafés elegantes de Saigón donde Caterine Deneuve se encuentra con Vicent Perez y sobre todo la magia de las rocas y las montañas de la Bahía de Halong y los intensos verdes de los arrozales de las montañas de Sapa por donde escapaban su amante y su hija huyendo de la justicia. Descubrí la película Indochina una noche en un cine de verano en el pueblo  con los 16 años que viví con mayor intensidad sintiendo que todo era sublime y único. La amistad, el amor, las canciones, las películas.  
En estos casi 25 años que han transcurrido desde entonces he tenido la suerte de poder viajar a muchos lugares pero siempre quedaba Vietnam en la lista de pendientes. Los miedos, las fobias, los temores paralizantes eran la barrera que impedía cumplir ese sueño, hasta que los momentos difíciles en la vida me hicieron este año darle una patada a esos obstáculos fantasma.

Durante casi tres semanas he podido caminar bajo la lluvia por los arrozales embarrados del Valle de Sapa, me he despertado en un barco en la bahía de Halong por la que he podido navegar, recorrer en Kayak e incluso darme un baño, hemos visitado lo que queda de la ciudad imperial de Hué y hemos paseado a la luz de los farolillos de Hoi An. También hemos navegado en barca por los silenciosos canales de la Bahía del Mekong donde hemos ido a comprar a mercado y hemos dormido en una casa en una isla del delta. Incluso hemos recorrido un antiguo campamento del Viet con con sus escondites y búnkeres camuflados en la selva.  Lo que no he encontrado son los cafés elegantes de Saigón ni rastro del espíritu colonial. En Saigon y  en Hanoi reina el ritmo frenético, el bullicio, la contaminación, el nudo gordiano de los cables, las aceras intransitable con gente cocinado y comiendo en la calle, el desarrollo capitalista que amenaza con engullirlos si no están atentos a preservar su esencia. El capitalismo en un país socialista. De las ciudades, paradójicamente lo más encañador es el tráfico. Resulta hipnótico quedarte mirando en un esquina el caos del tráfico que fluye de forma harmónica.  Millones de motos trasportando los objetos más inverosímiles (tuberías, pollos, armarios), familias de cuatro y cinco miembros o , bebés durmiendo en brazos de sus madres al volante de motocicletas cochambrosas, bicicletas, animales, camiones, todo el mundo cruzándose sin respetar normas de tráfico, solamente una única regla. Ser previsible. Al final para cruzar una calle tenías que armarte de valor y confianza. Confiar en el destino. Lánzate a cruzar sin mirar, simplemente seguir tu camino con pausa pero sin detenerte ni dudar nunca. Sumergirte en el tráfico como un elemento más y fluir con el caudal. A veces me acordaba de una escena de Indiana Jones y la Última Cruzada donde debe cruzar un abismo confiando que habrá un puente bajo sus pies.

El viaje a Vietnam tuvo además una grata sorpresa inesperada. La extensión a Camboya. Mi objetivo no era visitar este otro país pero estaba programado así. De modo que no había leído, ni investigado, ni me había documentado nada sobre este lugar. No tenía referencias, ni si quieras imágenes que me evocaran que me iba a encontrar. A veces las mejores  impresiones te llegan cuando no te has creado ninguna expectativa. Y así fue. El país me ha deslumbrado por su paisaje, su gente, su historia, su cultura, Angkor era un lugar desconocido que me ha dejado con la boca abierta. Ahora tal vez la cuenta pendiente será acabar de conocer Camboya del que sólo hemos podido disfrutar un cachito.

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