diumenge, 25 de juny del 2017

Sant Joan, siempre una noche especial


Ya nada es lo que era, pero la verbena de Sant Joan sigue siendo uno de mis días favoritos del año. Tal vez los días especiales se viven con más intensidad en la infancia y al crecer todo empalidece un poco. Y quizás aún siga siéndolo por lo que tiene de nostalgia y de veneración antigua.

Era un día único y extraordinario. El olor a pólvora se confundía con los vientos de libertad que se levantaban ese día. El miedo que me generaban los petardos se evaporaban con la sensación de aventura y magia. El día de Sant Joan significaba la llegada del verano y las vacaciones, pero también ir a dormir muy tarde y pasar la noche en la calle con todos los vecinos.

En Sant Joan pasaban cosas que no pasaban ningún otro día del resto del año. Los niños y las niñas hacíamos batidas buscando maderas para quemarlas en la hoguera. La pandilla de mi calle éramos de los que más aportábamos, seguramente por gamberros y por imprudentes, porque cruzábamos las vías del tren para ir a buscar maderas a las fábricas abandonadas al otro lado de las vías. La hoguera del barrio ardía por la noche en el parque de la serpiente, el parque que estaba situado a 2 calles del nuestro, y que era el límite hasta el que nos atrevíamos a ir solos, a dónde nos escapábamos a veces desobedeciendo a nuestros padres y madres. Un parque que tenía un poco de enemigo y rival y otro poco de tierra prometida. En la verbena tenía mucho de las dos cosas. Rival porque la hoguera lo convertía en punto neurálgico del barrio, y nuestro parque más modesto y estrecho nunca era el elegido. Tierra prometida porque era donde depositábamos nuestro tesoro de maderas aquella noche. Aún hoy se mantiene la tradición de ir a buscar la llama del Canigó para encender todas las hogueras de Catalunya. Una idea que me pone la piel de gallina. Todas las hogueras del país ardiendo con un mismo fuego. En mi ciudad, los representantes de cada hoguera se acercaban al Ayuntamiento a prender la llama que haría arder nuestra hoguera. La comitiva regresa solemne y ceremoniosa con el preciado tesoro. Uno de los momentos más emocionantes y sorprendentes de mi infancia fue descubrir que era mi padre quién traía la llama para prender nuestra hoguera. El orgullo de una niña al ver a su padre encender la hoguera del barrio.

Otro gran momento insólito y extraordinario que nos traía la verbena de Sant Joan era ver a todos los vecinos bajar con sillas, mesas, platos y vasos a comer todos juntos a la calle. La calle donde las niñas jugábamos a la comba y las madres se sentaban a hablar en los bancos, aparecía como por arte de magia decorada con farolillos de colores.  Saltaba de excitación al ver la larga mesa que recorría mi calle peatonal donde todos compartíamos mesa y platos con los vecinos de otros portales. Compartiendo recetas, vino, cava, patatas, tortillas y pan con tomate. Brindando, riendo y cantando. Y no podía faltar la música. Se bajaban tocadiscos, se lanzaban cables desde el entresuelo y se colgaban altavoces en los árboles. Y los vecinos de toda la vida se me antojaban desconocidos que bailaban. Yo también bailaba y soñaba, y me asustaba de los petardos. Los niños llevaban bolsas gigantes de petardos y yo apenas encendía una bengala.

Luego el tiempo pasó y las mesas fueron desapareciendo de la calle. Mi madre dice que han regresado a la calle los últimos años. Entonces pasamos a cenar en casa de los vecinos que vivían en pisos altos  y tenían grandes terrazas. Y más tarde, ya cambiamos las terrazas de los vecinos por la terraza de la familia en Segur de Calafell y los fuegos artificiales sobre el mar.

La magia fue mudando de emoción a medida que llegué a la adolescencia y en Sant Joan ardían otros deseos. Las verbenas en Segur de Calafell en casa de las amigas, pero ya vistiéndonos para salir de noche, para quemar papeles de deseos a medianoche, esperando conocer a alguien especial, estrenado las vacaciones del instituto y la universidad pero también nuestras mejores galas de verano.

Ya de adulta he celebrado la verbena de Sant Joan en una playa cerca del Llobregat bañándonos a media noche en el mar, en el inmenso patio de la casa de Eva en Horta, en mi cocina pasando calor con las ventanas abiertas de par en par, en casa de nuevos amigos e incluso una noche me quedé sin salir y me fui a dormir pronto perdiendo así a la que entonces era mi mejor amiga. Y últimamente  y en la terraza de familia adoptiva con vistas de toda Barcelona y dando una fiesta sorpresa a quién llegaba de Australia.

Y sin duda, no hay verbena de Sant Joan más memorable que la que se casó mi hermana donde el fuego selló el compromiso y conjuró los mejores deseos para el futuro.


Sea donde sea, la verbena de Sant Joan sigue siendo una noche especial y extraordinaria. Lo mejor de haber perdido intensidad, es que también ha perdido intensidad mi miedo a los petardos para quedar en una ligera modestia. 

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