dimarts, 18 de febrer del 2014

Abrazando desconocidos

Hace un par de meses y gracias al postgrado de Fundraising que estoy realizando tuve la oportunidad de vivir una experiencia muy emocionante, enriquecedora y que me ha dado mucho que pensar. Visitar una entidad y charla con unos beneficiarios de la entidad, empatizar con ellos, entenderlos, escucharlos, y en definitiva, aplicar la escucha activa. Ese era el encargo de la asignatura. Una vez asumido el encargo, creo que todos salimos del aula un poco asustados. Una cosa es teorizar sobre las entidades y otra muy distinta pisar terreno, hablar y tocar a las personas. “Es un reto y no sabemos cómo saldrá”, nos anunció el profesor de la asignatura. Cosas que pasan cuando eres la primera promoción de una asignatura, que haces de conejillo de Indias. De hecho, en mi caso fue una experiencia maravillosa, pero no pueden decir los mismo otros compañeros que no pudieron acceder a los usarios. “Que me toque infancia, que me toque infancia”, me repetía a mí misma deseando que me asignaran un colectivo que trato en mi trabajo habitual. Pues no. Me tocó como colectivo, personas con SIDA o VIH en situación de exclusión social. La Asociación Acollida y Esperança. Un colectivo desconocido para mí, que era un auténtico reto personal y profesional. Nerviosos y expectantes, así nos dirigimos a Can Banús mi compañero de trabajo y yo una mañana de diciembre. Can Banús es una enorme y preciosa masía en Badalona donde viven 25 personas con SIDA o VIH en situación de exclusión social. Allí nos abrieron las puertas de su casa las 25 personas que viven allí, los educadores/as, voluntarios, profesionales. Nos recibió con mucha atención y deferencia el director del centro y después nos acogió Natalia, la responsable de comunicación, que con gran afecto y entusiasmo nos acompañó durante casi 4 horas enseñándonos las instalaciones y los proyectos. Natalia y dos personas que viven en Can Banús que nos fueron explicando su vida allí, su vida de antes, y sus sueños de futuro. A los problemas que supone el deterioro de salud, se añade una enfermedad tan estimagtizante como el SIDA y las circunstancias que a menudo la acompañan. Muchas de estas personas lo han perdido todo: familia, amigos, no tienen dinero, ni trabajo, muchos han estado en la cárcel, a veces no tienen regularizada su situación porque son inmigrantes en situación ilegal, y la mayoría vivían en la calle. De hecho, Can Banús nace en los años 80 cuando unas personas decidieron hacer algo para acoger a las personas que en aquel entonces morían solas en la calle por culpa del SIDA y las drogas. Hoy Can Banús es la casa para estas personas. Un oasis. Allí sentados frente a unos zumos, dos personas nos explicaron sus vidas trucandas por la droga en la juventud, y el SIDA después. La soledad, la pérdida de familia, amigos, trabajo, vivienda, el desarraigo. Dos auténticos desconocidos que nos abrieron su corazón a dos desconocidos como mi compañero y yo. Fue tan el acto de sinceridad y generosidad, tan similares a las nuestras sus vidas antes de la droga, y tan duras sus existencias después de la droga, que nos emocionamos. Nos fundimos en un abrazo con ellos. Y al salir de Can Banús, nosotros también estábamos emocionados por lo que nos habían ofrecido aquellos desconocidos. Y qué encuentran estas personas en Can Banús? Oportunidades de vida. Mejorar su calidad de vida. Un lugar donde cuidar su salud con un equipo de una enfermera y un médico, encuentran afecto, compañía, en el equipo de educadores y monitores, establecer lazos con sus compañeros, un hogar donde vivir. Aquí tienen su hogar, su habitación, su sala de estar. Y otras pequeñas cosas que son muy importantes. Un dentista que les ayuda a sonreir y recupera su autoestima. Cuando están recuperados se valora si pueden dar el siguiente paso y se les apoya en su proceso de autonomia para buscar un trabajo o un piso compartido, que no siempre es fácil y es que no todos estan en condiciones de dar ese paso. En Can Banús viven 25 personas pero el año pasado las solicitudes para poder entrar en Can Banús se incrementaron un 50%. Al conocer sus historias de como se truncó su vida por culpa de la droga teniendo vidas no tan distintas de la mía pensé en cómo aquella generación que eran jóvenes a finales de los 70, principios de los 80, tuvieron sobre su cabeza una espada de Democles. Dependiendo de las amistades, los entornos, el ambiente, se producía o no una invitación a probar la droga. Y ya la suerte estaba echada. Ahora es más fácil dar mensajes desde la distancia, creer que es estúpido aceptar probar la droga pero entonces no se conocían como ahora los efectos de la heroina en toda una generación, la degradación que comportaba, la dependencia brutal. Mis padres, mis tíos, algunos de mis primos, era jóvenes en esa época. No tener los mismos problemas que conocí en Can Banús fue cuestión de azar, lotería, o circunstancias de la vida.

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