En estos primeros días de vida como bloguera, he tenido sensaciones que he vivido de manera muy parecida a aquellos días de primera adolescencia en que pise por primera vez una pista de baile (de discoteca se entiende, porque ¿quién no ha bailado de niño/a en las fiestas de su pueblo o de su barrio?). Esa emoción de mostrarte en público por primera vez, esos primeros pasos pudorosos y tímidos al ritmo de la música, una mirada de reojo por si alguien te está observando, poco a poco tus brazos se separan de tu cuerpo, tus pies ganan espacio en la pista, te atreves incluso a mover los hombros. Si hay alguien mirando ya casi no va a notar que hoy te estrenas en la pista. ¿seguro? Tal vez incluso vives algun momento de pánico y la barra se te antoja como el más confortable de los refugios. Y entonces te retiras hasta el próximo intento que “ya he tenido suficiente por hoy”. O te quedas, porque “ya que estamos, lo peor ya ha pasado”. Y cuando llega ese pensamiento es que ya has cruzado la frontera. Seguramente cada vez que vuelvas a pisar la pista de baila te asalte esa punzada de timidez como al cantautor que se presenta ante su público por muchos conciertos que arrastren sus cuerdas, pero el miedo ya está superado. La pista ya es terreno ganado. Es ponerse a sonar la música y el cuerpo se pone en movimiento y las manos se deslizan por los acordes como viejos conocidos. "Ya está, lo peor ya ha pasado".
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