dissabte, 5 de març del 2022

Reconocerse en “Ordesa” de Manuel Vilas

Me habían llegado comentarios muy elogiosos de “Ordesa” de Manuel Vilas y reconozco que me aventuré a su lectura sin saber a qué iba a enfrentarme. De entrada, pensaba que iba a leer una novela y me encontré con una obra de no ficción, reflexiones personales de un escritor, desconocido para mí. Una lectura áspera, descarnada, cruda que confieso que tuve que abandonar en diversas ocasiones, para alternarla con lecturas más ligeras, menos densas, que me permitieran respirar.  Es una lectura plomiza, que hay que dosificar. Y en esa prolongación de la lectura, en ese tiempo dilatado, el relato de Vilas fue confundiéndose con los avatares de mi propia vida. Ordesa habla sobre todo de la muerte de los padres. La lectura coincidió en el tiempo con la pérdida inesperada de una figura paterna en mi vida, pero en este caso mi padre político. Como trama secundaria, Vilas habla también de su divorcio y su abandono posterior, su caída a los infiernos, una lectura que coincidía como la vivencia de mi propia separación. Así, “Ordesa” ha sido un libro que removía demasiado, claustrofóbico, que había que ir alejando cada cierto tiempo porque podía amenazar con invadirme con su desasosiego, su abandono, su tristeza, su desánimo.

Sin duda, una grata sorpresa ha sido descubrir la prosa de Vilas. Deslumbrante, con frases certeras como mazazos de mortero y otras tan líricas y delicadas como bisturís. Pero casi todas ellas hieren, te hacen sangrar. Te brota la sangre a borbotones como una hemorragia imparable y en otras ocasiones un hilito de sangre, apenas imperceptible a la vista pero que no deja de escocer, como esos cortes estúpidos que nos hacemos en los dedos con el borde de un papel.

El dolor y la pobreza

“El dolor es amarillo” escribe Vilas. Y esta obra habla constantemente del dolor, en sus múltiples versiones. “También me doy cuenta en este instante de que en mi vida no han sucedido grandes cosas, y sin embargo llevo dentro de mí un hondo sufrimiento. El dolor no es en absoluto un impedimento para la alegría, tal como yo entiendo el dolor, pues para mí está vinculado a la intensificación de la conciencia”. El dolor emocional que te ocasionan las personas que amas. Padres, hermanos, amigos, pareja, hijos.  “La estimación de los demás acaba siendo la única cédula de tu existencia”.

Vilas habla de la muerte de sus padres y su desarraigo del mundo y su soledad desde entonces: “Me costaba hablar con gente que no había conocido a mis padres, es decir, con la mayoría de la gente con que me topaba; las personas que no habían conocido a mis padres me ensombrecían el ánimo”.

“Ordesa” dedica unos pasajes también a un extraño fenómeno que algunos hemos vivido desde niños, que se intensifica en la adolescencia y que hemos intentado corregir en la juventud y madurez: el pudor a ser cariñosos con nuestros padres.  Lástima a veces el poco tiempo que la vida nos dejó para rectificar y ser cariñosos con nuestros padres que se fueron demasiado pronto. “Pero aun así no le cogí la mano nunca por propia voluntad, salvo cuando tenía que ayudarla a caminar, entonces sí le cogía la mano. Agradecí esa obligación, porque me permitía cogerla de la mano sin perder el pudor, la distancia, la lejanía”. Y añade en un párrafo durísimo: “Y no cogí la mano de mi padre moribundo. Nadie me enseñó a hacerlo. Me daba pánico hacerlo, me daba miedo, un miedo que iba agigantando mi soledad. El miedo a una mano, que acabó consintiendo la gran soledad en la que vivo”.

Son muchas las páginas donde Vilas analiza su origen humilde, hablando de la pobreza en España de la clase trabajadora, de la esclavitud de la nómina y el capitalismo. “La confesión de la pobreza en España parece una inmoralidad, algo repudiable, una afrenta. Y, sin embargo, es lo que hemos sido casi todos” porque como recuerda el escritor “los ricos seguían siendo los otros. Nunca nosotros. No hubo manera de pillar un chollo, eso es España para todos nosotros, para cuarenta y cuatro millones de españoles: ver cómo un millón de españoles pillan un chollo y tú no lo pillas”.

Vilas incide en cómo la pobreza influyó en muchas de las vivencias y en la personalidad de sus padres y de él mismo. “Dios dé una buena ración de miseria a todos esos cursis que dicen que el dinero no da la felicidad” porque “En realidad, todo esto tiene que ver con la pobreza. Era la pobreza —lo pobres que éramos— lo que me hacía temblar de miedo. Y al miedo me dio por llamarlo ternura. Si hubiéramos sido ricos, todo habría ido mejor, y esa es la verdad de todas las cosas”.

Utiliza metáforas efectivas y logradas para representar esas aspiraciones de los pobres a una vida mejor: “El ropero fue nuestro aleph, el aleph de la clase media- baja española surgida en la posguerra. Los cuartos roperos fueron nuestra guarida especulativa” o “Cuanto más pobre se es en España, más se ama la Navidad”.

Vilas dedica unos cuantos pasajes a hablar de los años como asalariado trabajando como profesor, como una claudicación al sistema capitalista, como rendirse a formar parte del engranaje que te aniquila la rebeldía y los sueños: “Mucho tiempo estuve narcotizado por una nómina”. “El complemento directo representaba al proletariado de la sintaxis, tenía que cargar con todo, tenía que cargar con la acción del verbo…Muchas veces yo mismo he sido un complemento directo, siempre cargando con el verbo, con la tiranía del verbo, que es la violencia de la Historia”.

La ternura por el padre entregado a su trabajo

El ejemplo de la sumisión a la pobreza y al capitalismo lo representa Vilas en la figura de su padre, un abnegado trabajador, que retrata deslomándose por los beneficios de la empresa. El escritor habla con tristeza de los años de carretera que dedicó su padre a dejarse la piel como comercial de una empresa textil. “Tú, recorriendo absurdos pueblos de Aragón, luchando por vender el textil catalán, el textil de las boyantes empresas catalanas —barcelonesas, prósperas y ya con relaciones internacionales—, a sordos y oscuros y pobretones sastres de pueblos atrasados”, Y el sórdido empleo, y la sórdida ganancia de una comisión, toda la vida detrás de una comisión a la intemperie, que no te dio para nada, absolutamente para nada”. Manuel se llamaba su padre.  Y era un comercial sociable, presumido, obsesionado con su coche. Leer sobre su padre en aquellos días me rompía el corazón.

Me emociona una anécdota cuando explica que su padre guardaba todos los papeles mientras su madre quería siempre deshacerse de ellos: “acusando a mi madre de tirarte los duplicados y las facturas, y es aquí adonde quería ir a parar, porque si yo no encuentro mis papeles es porque no sé ordenar nada, y he pensado que a ti te pasó lo mismo, que en realidad nadie te tiraba ningún papel. Eras tú el que los sepultaba unos debajo de otros por tu incapacidad para despachar el correo y los asuntos”.

Resulta escalofriante reconocer a personas queridas en descripciones ajenas. Algunos detalles además de a mi suegro también me traían a la memoria a mi padre. “A mi padre le gustaba ir siempre muy bien peinado, hasta tal punto que si hacía viento no salía de casa, porque se despeinaba”. Mi padre además no podía salir de casa sin ponerse colonia.

La irreverencia de la madre

La ternura que demuestra al retratar a su padre no es menor al referirse a su madre, pero lo hace con la comicidad que se vislumbra tras una mujer libre e irreverente. Al lado de un padre comedido, encontramos una madre desmedida. “Era una mujer-drama. Su dramatismo era superior a la paciencia de los médicos” Una mujer al margen de normas sociales. “A mi madre no le gustaba llamarse de ninguna manera. No creía tener nombre. No quería estar sometida a un nombre. No por pensamiento, sino por instinto… Es, al final, la desafección por las leyes de la realidad social que rigió la mirada de mi madre”.

Frente al padre abnegado y trabajador, intuimos una mujer vitalista y apasionada: “Fue entonces cuando aprendí a amar el mes de junio. Mi madre me enseñó a amar ese mes, que es especial; aquel jardín era una celebración del mes de junio, porque junio es anunciación del verano, es ya sol, pero no hay corrupción del verano. Cuando el mes de julio llega comienza la hemorragia, aún invisible. Agosto es el mes de la visibilidad de la septicemia del verano, de su herida, de su arrastrarse por la atmósfera, por la cara de los hombres, por las ramas de los árboles incompasivos, mientras muere. La muerte del verano era horrible. Mi madre veía el final del verano como un hecho trágico, sacrílego. ¿Quién se atrevía a matar el verano? Odiaba la llegada del mal tiempo. Ella creía en el sol. Era herética, vivió bajo los ritos del sol. Tenía una obsesión con la luz y con tomar el sol. El sol y estar viva fueron lo mismo para ella. Adoraba el verano. Adoraba que anocheciera tarde, muy tarde”

“Mi madre me regaló la impaciencia y la superstición. Me enloquece el ruido de fondo de la vida de mis padres sonando en todas partes. Mi madre rompía envases. Se le caían las cosas de las manos. Nuestra torpeza era hija de las manos recién estrenadas y de los dedos inhábiles de los primeros homínidos. Mi madre no tenía paciencia en los supermercados. No entendía una cola. No entendía el orden de los pasillos de un supermercado. Le podían la rebelión, la cólera, la nada. A mí también”

Me enternece el padre de Vilas, pero me cae muy bien su madre. Yo también adoro el mes de junio, me atrapa la penumbra cuando llega septiembre y los días se hacen más cortos, odio los supermercados con sus colas y sus pasillos, las luces blancas tan hirientes, el exceso de productos y colores, la megafonía, la limpieza y orden como un hospital, me superan de una forma física visceral, casi fóbica, que a veces me hace abandonar los productos en una estantería y salir casi corriendo del supermercado. Evito ir a comprar, hago mil cosas antes, posponiendo el momento de entrar a un supermercado, prefiero esperar fuera y que otra persona compre por mi.  

Mi presencia en “Ordesa”

Hay muchos elementos en “Ordesa” que establecen un vínculo directo con mi pasado, con mi presente, con mi familia, con mis valores, con mis experiencias. Tal vez por eso ha sido una lectura tan complicada, que además casualmente vine a escoger para leer en un momento complejo. Hay una parte de mi en este libro que habla de personas que no conozco y lugares donde nunca he estado.

Soy una persona más vitalista y alegre que el escritor, más como su madre, pero aún así me reconozco en muchas escenas y pensamientos.

“Todos esos paquetes de tabaco que estaban en las mesas y mesitas de mi casa están asociados a la juventud de mis padres. Había alegría entonces en mi casa, porque mis padres eran jóvenes y fumaban. Los padres jóvenes fumaban…. Ellos fumaban y yo miraba el humo, y así pasaron los años”

“Eran los años setenta, cuando la vida iba más despacio y podías verla. Los veranos eran eternos, las tardes eran infinitas, y los ríos no estaban contaminados. El mes de junio aparecía por Barbastro como un dios que iluminaba la vida de la gente”.

 “Bebí café, me duché. Siempre dudo qué hacer primero: si tomar café o ducharme”

“Siento como si los guardias conocieran mi pasado, como si supieran que soy un impostor”

“Pero en ti anida, desde el comienzo, el virus histórico y genético de tu madre: una insatisfacción que se extiende como una mancha de petróleo sobre los océanos del mundo, y lo hace de manera constante e irreprimible”

“En mi vida, como en tantas otras vidas, combatieron el platonismo y la promiscuidad”

“Aquellas mañanas en donde yo solo tenía once o doce años y no conocía las devastaciones del insomnio”

“Lo único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes”

"El sol es Dios. El culto al sol es mi culto. La adoración del sol es la adoración de lo visible. Y lo visible es la vida. Si estamos vivos, es porque el sol inunda de luz"

Un libro de aforismos

El libro está lleno de sentencias, la mayoría tristes y desoladoras, sobre su forma de ver el mundo pero que se me antojan tan lúcidas.

 “Ocultamos el salario, pero es lo único confesable que tenemos. Cuando averiguas el salario de alguien, lo ves desnudo”

“El matrimonio es la más terrible de las instituciones humanas, pues requiere sacrificio, requiere renuncia, requiere negación del instinto, requiere mentira sobre mentira, y a cambio da la paz social y la prosperidad económica”.

“Todo el mundo debería dudar de su fecha de nacimiento. No hay ninguna certeza vivida en esa fecha, y te determina estúpidamente, y tiendes a darle una importancia que no procede de tu propia voluntad sino de pactos sociales anteriores a ti. Pactos que se hicieron mientras tú no estabas en este mundo o estabas sin haber nacido, sin haber colisionado”

“Se escribe una cosa u otra según sea el papel, la mano, el boli, la pluma o el ordenador o la máquina de escribir. Porque la literatura es materia, como todo. La literatura son palabras grabadas en un papel. Es esfuerzo físico. Es sudor. No es espíritu. Basta ya de menospreciar la materia”

“Si el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona se desvanecieran, España se convertiría en un agujero negro. La gravedad de España son dos clubes de fútbol”

“El problema del Mal es que te convierte en culpable si te toca. Ese es el gran misterio del Mal: las víctimas siempre acaban en culpables de algo cuyo nombre es otra vez el Mal. Las víctimas son siempre excrementales. La gente simula compasión hacia las víctimas, pero en su interior solo hay desprecio. Las víctimas son siempre irredimibles. Es decir, despreciables. La gente ama a los héroes, no a las víctimas”

“Todo alcohólico llega al momento en que debe elegir entre seguir bebiendo o seguir viviendo. Una especie de elección ortográfica: o te quedas con las bes o con las uves”

“En la hipocondría hay belleza, porque todo ser humano, cuando ya ha pasado la mitad de su vida, dedica su tiempo (tal vez antes de dormirse por las noches, o cuando viaja en transporte público, o cuando se sienta en la consulta del médico) a fabular sobre qué tipo de enfermedad lo arrancará del mundo”

“La poesía es precisión, como el capitalismo. La poesía y el capitalismo son la misma cosa”

“Que te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito… Se puede saber por la forma de caminar si te espera alguien o no te espera nadie”

“No hay nada que defina mejor la soledad de un ser humano que su neceser”