Descubro en el dominical de El País un reportaje sobre el trabajo del fotógrafo James Mollison que retrata las habitaciones donde duermen niños de todo el mundo. Desde el museo de peluches y vestidos de fresas de una niña japonesa, a la habitación trinchera llena decorada de camuflaje y con armas de fuego de un niño de Kentucky, a la minimalista habitación de una geisha japonesa de 15 años que vive en una casa de Kyoto, a la de un colono ortodoxo de 9 años o la austeridad con la que duerme un monje tibetano de 10 años o la habitación de princesa de Jazzy, una niña estadounidense que compite desade bebé en concurso de los niños más monos del país. Pero sin duda la fotografía que más de golpeó fue la cara de Indira de Katmandú de 7 años cargada con un pequeño martillo. Lo más impresionante no era su habitación humilde, con un techo de paja decorado con flores y cestos sino la explicación de la vida de la pequeña Indira. Tabaja desde los 3 años en una cantera picando piedra. Allí trabaja durante 6 horas donde muchos niños pierden la vista al saltarles esquirlas a los ojos. Sorprendentemente Indira no tiene un aspecto que intente dar lástima sino que lleva una camisa de rayas rosa muy formal y tiene el gesto serio y la mirada solemne mientras empuña su pequeño martillo.
Picando piedra en una cantera a los 3 años. Pienso en los niños de tres años de nuestra sociedad. Alrededor de los que gira el mundo de sus padres, atentos a cada mohín de enfado, cada lágrima, cada rabieta, dispuestos a inmolarse por cubrir cualquier caprichosa necesidad del niño. La mayoría hiperatendido e hiperprotegido. Qué abismo de esa infancia caprichosa y consentida que durará seguramente hasta muy entrados los treinta... y el gesto adulto y solemne de Indira. ¿Cuántas galaxia separan esos dos mundos?
Pero la vida de Indira picando piedra en Katmandú picando piedra nos parece muy lejana. ¿A cuántos kilómetros están Katmandú? Indira representa la imagen de lo que todos pensamos cuando alguien habla de pobreza infantil. Trabajo infantil en un país tercermundista a miles de kilómetros de aquí. Una situación tan lejana que nos conmueve pero no nos afecta.
Y sin embargo, la pobreza infantil está aquí al lado. Y nos afecta y nos afectará. Pero no nos conmueve porque no la vemos. La pobreza infantil es invisible en los países desarrollados. Y no estamos hablando de capas residuales de población. Según los últimos datos del IDESCAT, el 23,4% de los niños y niñas catalanes está en situación de pobreza, cifra que se situa por encima de la media española y en la cola de los datos conocidos de la Unión Europea.
Es decir, uno de cada cuatro niños catalanes son pobres. Y a pesar de lo impresionante de la cifra, seguimos sin verla. Porque a menudo la pregunta que se hace la gente es “pueden ser pobres los niños2? “ son pobres porque lo son sus familias”. Los niños no sólo pueden ser pobre sino que sufren las consecuencia de la pobreza con mayor intensidad que los otros colectivos. Y es que a menudo ser pobre de niño puede comportar ser pobre toda la vida. Una persona adulta que por circunstancia de la vida acaba llegando a una situación de pobreza puede salir de esta situación. Un niño pobre suele acabar entrando en un círculo de exclusión social y marginalidad del que es muy difícil escapar. Los niños en situación de pobreza han de hacer frente a unas condiciones de vida tan hostiles que se acaban cronificando y generando una fragilidad dificil de superar.
Pero en qué sentido les afecta a su presente y a su futuro, y al de nuestra sociedad, la pobreza a los niños? Por ejemplo, la pobreza limita la igualdad de oportunidades de los más pequeños y los priva de sus derechos. Derechos tan fundamentales como al de la educación, la alimentación o la salud, que nunca diríamos que se están privando a niños en nuestro país.
Así por ejemplo, la privación del derecho a la educación se puede observar en la tasas de abandono escolar y exclusión educativa. Un 50% de los niños en situación de pobreza repiten curso. La mayoría acabarán abandonando los estudios sin una preparaciòn suficiente para integrarse plenamente en el mercado laboral. No tendrán la oportunidad de ir a la universidad (sólo accedera el 40% frente el 80% de los niños no pobres). En cuanto al derecho a la salud, se ha demostrado que ser niño o niña pobre incrementa las posibilidades de sufrir ciertas patologías como las enfermedades crónicas, mentales o trastornos de alimentación.
Esta es la realidad de uno de cada cuatro niños catalanes, un colectivo invisible. Precisamente no deja de sorprenderme que en una sociedad tan pendiente y sobreprotectora de sus hijos exista esta indiferencia hacia los niños más vulnerables.
diumenge, 23 de gener del 2011
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