Soñaba con viajar a Vietnam desde que era adolescente. En el
corcho de mi habitación, el nombre de este país asiático recortado de algún
reportaje de suplemento dominical compartió espacio con recuerdos del pasado
(fotografías con amigas, entradas de conciertos o de películas, poemas mil
veces recitados) y proyectos de futuro.
Allí estuvo colgado de una chincheta durante años y más tarde cuando me
independicé clavado en mi mente como destino pendiente. En aquella época la
gente se sorprendía de ver leer aquel lugar en mi habitación porque aquel
nombre les traía a la memoria tantas películas americanas sobre la guerra. Las imágenes
que yo tenía en mi retina nada tenían que ver con aquellas escenas. Pero sí que
deseaba ir a Vietnam por culpa del cine. Los paisajes que yo soñaba ver algún día
eran los cafés elegantes de Saigón donde Caterine Deneuve se encuentra con
Vicent Perez y sobre todo la magia de las rocas y las montañas de la Bahía de
Halong y los intensos verdes de los arrozales de las montañas de Sapa por donde
escapaban su amante y su hija huyendo de la justicia. Descubrí la película
Indochina una noche en un cine de verano en el pueblo con los 16 años que viví con mayor intensidad
sintiendo que todo era sublime y único. La amistad, el amor, las canciones, las
películas.
En estos casi 25 años que han transcurrido desde entonces he
tenido la suerte de poder viajar a muchos lugares pero siempre quedaba Vietnam
en la lista de pendientes. Los miedos, las fobias, los temores paralizantes
eran la barrera que impedía cumplir ese sueño, hasta que los momentos difíciles
en la vida me hicieron este año darle una patada a esos obstáculos fantasma.
Durante casi tres semanas he podido caminar bajo la lluvia por
los arrozales embarrados del Valle de Sapa, me he despertado en un barco en la
bahía de Halong por la que he podido navegar, recorrer en Kayak e incluso darme
un baño, hemos visitado lo que queda de la ciudad imperial de Hué y hemos
paseado a la luz de los farolillos de Hoi An. También hemos navegado en barca
por los silenciosos canales de la Bahía del Mekong donde hemos ido a comprar a
mercado y hemos dormido en una casa en una isla del delta. Incluso hemos
recorrido un antiguo campamento del Viet con con sus escondites y búnkeres camuflados
en la selva. Lo que no he encontrado son
los cafés elegantes de Saigón ni rastro del espíritu colonial. En Saigon y en Hanoi reina el ritmo frenético, el
bullicio, la contaminación, el nudo gordiano de los cables, las aceras intransitable con gente cocinado y comiendo en la calle, el desarrollo capitalista que amenaza con
engullirlos si no están atentos a preservar su esencia. El capitalismo en un
país socialista. De las ciudades, paradójicamente lo más encañador es el
tráfico. Resulta hipnótico quedarte mirando en un esquina el caos del tráfico
que fluye de forma harmónica. Millones
de motos trasportando los objetos más inverosímiles (tuberías, pollos,
armarios), familias de cuatro y cinco miembros o , bebés durmiendo en brazos de
sus madres al volante de motocicletas cochambrosas, bicicletas, animales,
camiones, todo el mundo cruzándose sin respetar normas de tráfico, solamente una
única regla. Ser previsible. Al final para cruzar una calle tenías que armarte
de valor y confianza. Confiar en el destino. Lánzate a cruzar sin mirar, simplemente
seguir tu camino con pausa pero sin detenerte ni dudar nunca. Sumergirte en el
tráfico como un elemento más y fluir con el caudal. A veces me acordaba de una
escena de Indiana Jones y la Última Cruzada donde debe cruzar un abismo
confiando que habrá un puente bajo sus pies.
El viaje a Vietnam tuvo además una grata sorpresa
inesperada. La extensión a Camboya. Mi objetivo no era visitar este otro país
pero estaba programado así. De modo que no había leído, ni investigado, ni me
había documentado nada sobre este lugar. No tenía referencias, ni si quieras imágenes
que me evocaran que me iba a encontrar. A veces las mejores impresiones te llegan cuando no te has creado
ninguna expectativa. Y así fue. El país me ha deslumbrado por su paisaje, su
gente, su historia, su cultura, Angkor era un lugar desconocido que me ha
dejado con la boca abierta. Ahora tal vez la cuenta pendiente será acabar de
conocer Camboya del que sólo hemos podido disfrutar un cachito.
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