El trayecto
El largo viaje de Barcelona a Vancouver fue bastante pesado.
Habíamos llegado al aeropuerto de El Prat con bastante antelación porque
estábamos en la semana caótica de las huelga del control de seguridad de El Prat.
Al final pasamos sin problemas y tuvimos mucho tiempo muerto en el aeropuerto.
Lo más duro fue el transfer en Montreal donde tuvimos que volver a recoger y
facturar la maleta que tardó 45 minutos en salir por la cinta. Después de esa
espera nos encontramos con una larguísima cola para el control de seguridad, nada
que envidiar a las imágenes de esos días en Barcelona, y eso sin estar de
huelga. Aunque teníamos unas 3 horas para hacer el transfer con tantas
gestiones parecía que íbamos a perder el avión. Conseguimos saltarnos la cola
de seguridad suplicando y al final el vuelo salió con retraso, así que los
nervios fueron en vano. En el avión había reservado la plaza al lado de la
salida de emergencia para ir más cómodos pero no sabía que entraría un frío
polar por la pared. Eso sí, una vez llegados a Vancouver todo fue sencillo. El
metro y el autobús rápidos y puntuales. Y llegamos al apartamento 24horas
después de habernos levantado.
Paseo por el Waterfront y distrito financiero
El primer día de estancia en Vancouver decidimos reproducir los estereotipos de género. Los chicos se fueron a cazar ballenas, orcas, focas y leones marinos (con su cámara de fotos) y las chicas nos fuimos a pasear y recorrer la ciudad en una visita guiada.
El paseo por el Waterfront es una delicia. Altísimos
edificios de cristal justo al borde del puerto repleto de barcos, los
hidroaviones que despegan y aterrizan constantemente pero donde reina un
silencio increíble y la gente pasea, corre, va en bicicleta o hace yoga en los
grandes espacios verdes. Ese primer contacto con Vancouver ya nos muestra que
es una ciudad de contrastes.
Al final del paseo por el frente marítimo llegamos al Canada
Place que es uno de los lugares emblemáticos de la ciudad se nos antoja un
lugar bastante extraño que recorremos desconcertadas sin encontrar ningún encanto.
Ciertamente lo más interesante era un encuentro de yoga que se celebraba allí
mismo.
Vancouver recuerda mucho a Manhattan con sus rascacielos de
cristal y sus generosas y abundantes zonas verdes. La llaman la ciudad de
cristal por la cantidad de edificios de ese material que se construyen. Una
pequeña Gran Manzana mucho más asequible porque es más pequeña. La zona
financiera recuerda tanto a Wall Street con sus altos edificios donde queda
sumergida la catedral que se nos antoja casi un decorado de cartón piedra por
fuera, aunque por dentro es mucho más bonita y acogedora.
Visitamos el Edificio de la Marina decorado en Art Deco que
recuerda mucho al Rockefeller Center. Incluso tienen parques interiores dentro
de los rascacielos como en NYC para que la gente pueda disfrutar de zonas verdes
en los fríos días de invierno.
Vancouver es una ciudad progresista, ecologista y moderna.
La guía se queja de que tienen un alcalde hippie que está imponiendo zonas
verdes, carriles bicis y parques a 5 minutos andando de cualquier punto. Incluso tiene una ley que permite construir
los altos edificios en la zona financiera con el compromiso que las empresas se
han de hacer cargo del mantenimiento de los edificios históricos que quedan atrapados
en la zona. No sé si los empresarios están muy de acuerdo con esta medida, pero
al edificio de enfrente de la catedral de Vancouver le pusieron de nombre 666.
Otra medida que ha impuesto la ciudad de Vancouver a las
empresas que construyen rascacielos es que puesto que sus construcciones están
alterando el paisaje urbano con los altos impuestos que pagan se financian
obras de arte en la zona. Así la cementera por ejemplo tiene sus silos pintados
de forma mucho más atractiva que el marrón polvoriento tradicional.
Gastown, el casco histórico de Vancouver, y Greenville Island
Después de comer unas ensaladas de col Kale que encajan muy
bien con el ambiente saludable y moderno de la ciudad recorrimos el centro
histórico de Vancouver. Gastown es el barrio más antiguo de la ciudad que data
del siglo XIX y del que sólo se conservan 3 o 4 calles adoquinadas con sus
casas bajas de ladrillo y sus farolas engalanadas con flores. Recuerda bastante
al centro de Dublín. El barrio toma su
nombre de Gassy Jack, el primero que puso un bar en aquella zona y
podríamos decir que fundó el barrio. Una estatua de bronce recuerda su figura.
En la esquina de enfrente hay un edificio que recuerda muchísimo al Flatiron de
NYC, pero nuevamente de medida más reducida.
El principal atractivo es el Steam Clock, un reloj construido
a semejanza del Big Ben de Londres que expulsa vapor y silba cada 15 minutos.
Invertimos bastante tiempo en vano en encontrar un lugar
para cambiar dinero y al final después de correr un poco llegamos en autobús
puntuales a la siguiente visita guiada por el Greenville Island. Al saber que
éramos de Barcelona, el guía nos explicó que había estado en el Michael Collins
de Sagrada Familia y explicó al resto del grupo que en nuestra ciudad se había
despertado una oleada de turismofobia que intentamos argumentarles sin mucho
éxito.
La visita guiada de la tarde nos llevó a conocer Greenville
Island, una isla que recordaba vagamente al barrio de Poblenou de Barcelona.
Había sido una isla de pescadores, luego había tenido un uso industrial con
muchas naves industriales, fábricas, talleres. Actualmente han revitalizado el
barrio con tiendas de artesanos que nos pareció un poco un parque temático.
La ciudad de los contrastes
Allí nos encontramos con los chicos que habían regresado de
su expedición habiendo cazado algunas orcas y leones marinos. Juntos nos
aventuramos hasta Chinatown que resultó ser una zona bastante decepcionante donde
lo más destacados eran la concentración tan elevada como no habíamos visto
nunca de personas sin hogar y toxicómanos andando o sentados en las aceras en
apenas 3 o 4 calles. Vancouver es una de las ciudades más caras del mundo y
evidentemente eso provoca enormes desigualdades y polarización social de una
parte de la población que no puede permitirse los desorbitados precios de su
nivel de vida. Resulta chocante que con lo moderna, ecológica, progresista que
parece luego haya apartado a un barrio a las personas que quedan desenganchadas
del sistema.
Regresamos caminando por el Waterfront y esta vez el paseo
fue igual de hermoso con la luz del atardecer cayendo sobre los barcos y los
edificios de cristal. Decidimos cenar en uno de los muchos restaurantes de
sushi cercanos al apartamento, puesto que habíamos leído que el pescado y el
sushi en la ciudad eran de gran calidad.
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