El segundo día en Vancouver lo dedicamos a visitar el Stanley Park, el parque urbano más grande de Canadá y
uno de los más grandes de Norteamerica. Está constituido por un bosque de coníferas con cerca
de medio millón de árboles y tiene más de 200 km de caminos y senderos, y dos
lagos. El parque empezaba muy cerca del apartamento y al lado de la playa.
Sinceramente, uno de las cosas de Vancouver que más envidia me genera.
Justo
coincidimos con una cursa y hay decenas de personas corriendo al borde del mar
y otros practicando otros deportes como boxeo o yoga.
Conociendo al monstruo: la autocaravana
Al mediodía vamos en tren hasta las oficinas de la
autocaravana donde nos hacen esperar una eternidad hasta que nos dan la nuestra
que nos resulta enorme y grandiosa, imposible de manejar. La chica de la
oficina nos da millones de instrucciones
en inglés y francés sobre cómo funciona, tantos datos que nos es difícil retener. Casi
salimos de allí temblando. El viaje por autovías aún resulta fácil pero cuando
entramos en Vancouver todo se complica. Hay que mantener una distancia de
seguridad enorme porque la caravana tarda mucho en frenar y en ciudad es muy
difícil mantener esta distancia. Además tenemos muy poca visibilidad y no controlamos aún los
laterales. Al recoger las maletas casi golpeamos a una adolescente que estaba
muy adelantada en un semáforo.
Todo se mueve demasiado. Dentro de la caravana cada bache
nos hace saltar y suenan platos y vasos como si fuera a hacerse todo añicos. El
paseo panorámico por la carretera Sea-to-Sky que nos lleva de Vancouver a Whistler
casi nos pasa inadvertido pendiente de la caravana.
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