“Cracovia
es la bonita, y Varsovia muy fea”, “Varsovia es la que fea, no?” “Varsovia es
una ciudad muy gris”,“En Varsovia no hay que ver”, estos son algunos de los
comentarios que solía hacerme la gente cuando explicaba que iba a pasar unos
días en Varsovia. Seguramente porque ante tanta crítica negativa lleva las
expectativas muy baja sumado a que Varsovia ya despertaba mi simpatía al ver
como la trataban como la hermana fea, la verdad es que la capital de Polonia me
cautivó. Me ha pasado otras veces que por oposición a la mayoría me acaba
gustando mucho la ciudad considerada fea en comparación con su hermana bonita.
Me pasó con Gijón frente a Oviedo, con Bilbao frente a Donosti, con Bruselas
frente a Brujas, Belfast frente a Dublín. Ahora me está pasando lo mismo con
Milán. Cuanto más me dice la gente lo fea que es la ciudad a donde voy a pasar
mis próximos días libres, más cariño le cojo.
Suelen
ser estas ciudades industriales, casi siempre obreras, en ocasiones portuarias que no pretenden nada, que no le dan importancia a las apariencias, auténticas y honestas, humildes y sinceras, que ofrecen con las manos abiertas todo lo que tienen: callos, arrugas, cicatrices, heridas, ojeras. Son ciudades curtidas, luchadoras, que han tenido una vida intensa y difícil. A su lado, todo el mundo admira la belleza evidente de sus hermanas, señoritas burguesas o artistocráticas, encantadoras, que adoras al primer vistazo. Hermosas con sus delicosos vestidos, sus maquillajes y sombreros. Señoritas bien que han tenido una vida entre algodones. Cultas, cuidadas, educadas y delicadas. Es evidente que toda metáfora es una generalización exagerada, pero las imagino así. Por
supuesto que me encantan Cracovia, Oviedo, Donosti y no podría negar que son
ciudades más hermosas, pero sus hermanas con sus cicatrices tienen
un lugar más preciado en mi corazón.
También
Cracovia y Varsovia podrían representar esas mismas hermanas con vidas
opuestas. Y sería injusto decir que Cracovia no ha sufrido, siendo una ciudad
polaca con lo que le ha tocado padecer en la historia a ese país. Sin embargo,
por poner sólo un ejemplo, Cracovia no sufrió bombardeos ni destrucciones en la
II Guerra Mundial mientras que Varsovia fue prácticamente arrasada. También la
población de Cracovia sufrió el sometimiento de la ocupación nazi, pero fueron
especialmente los judíos los más represaliados, mientras que en Varsovia la
ciudadanía de todos los credos y clases sociales fue oprimida salvajemente.
También hay que decir que como las otras hermanas feas, su espíritu era
luchador y rebelde así que se revolvió indómita contra el poder nazi. El fuerte
movimiento de resistencia de Varsovia y los levantamientos en el gueto y luego
toda la ciudad entera son claros ejemplos del alma valerosa de esta ciudad. Sólo hay que ver que el símbolo de la ciudad es una sirenita armada con una espada, dispuesta a defender la ciudad.
Como
Berlín, Varsovia es una ciudad fascinante porque adentrarte en sus calles y en
sus barrios es revivir la historia del siglo XX. Pero a diferencia de la
capital alemana que parece que cuenta con unanimidad en la admiración que
despierta, Varsovia tiene un casco histórico precioso que además por sí mismo
ya habla de ese espíritu de superación.
También
hay que confesar que todo este interés histórico que esconde la capital polaca
se aprecia mucho más si se visita acompañado de alguien conocedor de la ciudad y de su historia que nos vaya desvelando los episodios más importantes de cada
rincón de la ciudad: una visita por la ciudad vieja, por la ciudad nueva, por
la Varsovia comunista, por las huellas del gueto, por la Varsovia de la
resistencia y el levantamiento durante la II Guerra Mundial son algunos de los
paseos fascinantes que ofrece la capital polaca.
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