“Tienes
que leer a Alice Munro” llevo meses repitiendo esta frase a casi todas mis
amigas (mis amigas lectoras lectoras, claro). Pero mi poder de convicción deber
ser mínimo porque no he logrado ni una sola lectora para la genial escritora
canadiense. En mi defensa alegaré que en frío es difícil convencer a alguien
para su lectura. “Y de qué van sus libros?” Te preguntan. Y mientras lo
explicas te das cuenta que estás perdiendo la partida. “Va de mujeres”. “De
mujeres extraordinarias?”. No, de mujeres normales, anodinas, corrientes,
vulnerables, no son heroínas, de hijas, de madres, de hermanas, de mujeres
solteras, divorciadas, viudas, casadas, jóvenes, mayores. Mujeres que viven
sobre todo en zonas rurales de Canadá, algunas en Vancouver o en Ontario. “Y qué
les pasa a esas mujeres?” Te preguntan para buscar un motivo estimulante para
decidirse por esa lectura. No les pasa nada, a veces ese es el problema. Nada
extraordinario, nada que no les pase al resto de las mujeres de la humanidad.
Tienen dudas, deseos, vergüenza, hastío, rabia silenciosa, no a veces no saben
si quieren a sus parejas, se sienten avergonzadas por sus padres, distantes de
sus hijos, y casi siempre están en desacuerdo con su vida y su destino. Y siempre se sienten solas.
Por
eso ayer me alegré tantísimo cuando me enteré que le habían concedido el Nobel
de Literatura a mi cuentista favorita. Alguien que te habla con tanta
proximidad y profundidad que parece que se lo hayan dado a alguien que conozco,
a una amiga mía. Me alegré por el reconocimiento a la escritora, y porque al
fin tendré motivos objetivos para convencer a mis amigas, y al resto del mundo,
que lean a Alice Munro.
Y
es que para que se cautive Alice Munro no valen los argumentos fríos. Hay que
empezar a leerla y ya desde la segunda línea te sumerges en su universo,
entiendes a sus personajes, sus dudas, sus miserias, sus sueños. Me encanta la
sencillez de sus tramas, donde aparentemente no sucede nada pero que va
tejiendo sin que te des cuenta temas universales. Munro logra historias
extrapolables a cualquier lugar de mundo a partir de relatos que tienen lugar
en un universo tan limitado como son las zonas rurales de Canadá. Cuantas veces
leyendo un cuento, un párrafo, una frase he sentido que Munro estaba tocando
una tecla muy íntima de mi alma o un punto de acupuntura de mi cuerpo.
No
recuerdo ninguna historia en concreto pero recuerdo a las mujeres que las
protagonizan. La divorciada que va a pasar unos días al hostal de un pueblo
pesquero, la adolescente que trabaja vaciando pavos, de la mujer madura que
acompaña a su padre al hospital, de la señora que acoge en su casa a sus
cuñados modernos, de las tías solteronas vivarachas y gorditas de la
protagonistas, de las tías solteronas mustias y analfabetas encerradas en su
granja desde la infancia. Historias donde no pasa nada pero la rebelión, la
tensión está reprimida, escondida, a punto de desatarse. A veces estalla, pero
la mayoría de veces no. Como la vida misma.
La sencillez de sus tramas
está en coherencia con su manera de explicar las historias. Lo hace con un
lenguaje claro, sutil, sencillo, sin fuegos artificiales, sin cursilerías, sin
trampas, que no pretende impresionarte. Todo lo contrario, su objetivo es no
llamar la atención, ser discreto, que no notes que está ahí, discreto, para que
te confíes y así te dejes llevar, te abandones a su arrullo.
Gracias al Premio Nobel estos días los diarios han publicado muchos artículos emotivos sobre la literatura de Munro, ha sido muy reconfortante encontrar en ellos las mismas sensaciones que he vivido como lectora
- Una fascinación ilimitada. Antonio Muñoz Molina.
- Un relato emotivo a la altura de los grandes cuentistas universales.
- Todos los lugares del mundo. Clara Sánchez
me han pasado algunos cuentos y, aunque aún no he empezado a leerlos, me ha entrado mucha curiosidad con lo que has escrito. Este enero pasado hemos estado en varias ciudades de Canadá en casas de mujeres anónimas de esas que son extraordinarias en la vida diaria. Creo que son las más interesantes.
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