“¿A
las Azores? No conozco a nadie que haya ido a las Azores”, estos son algunos de
los comentarios que he oído a la vuelta del viaje a las Azores. Y creo que
precisamente, parte del encanto de este archipiélago, además de su belleza
natural, es que aún no ha sido descubierto turísticamente. Se trata de un
paraíso natural desconocido.
Por
supuesto esto tiene muchas ventajas, pero también algunos inconvenientes. Como
lugares para visitar que están cerrados, pueblos encantadores de obligada
visita que sólo tienen dos bares para comer, y encontrarte constantemente los
mismos viajeros en todas partes. De hecho, estas coincidencias tienen incluso
su gracia porque acabas saludándote después de encontrarte en un pueblo para
comer, en unas piscinas públicas, en una ruta senderista por la montaña y un
mirador sobre el acantilado.
San
Miguel es la mayor isla, pero Azores es un archipiélago de 9 islas descubierto
en el siglo XV y colonizados en diferentes ocasiones. Por eso, sus pueblos
tienen un aire colonial, que a veces me recuerda al Caribe y otras veces diría
que hasta británico.
Un oasis de naturaleza en medio del Atlántico
A
medio camino entre Europa y ESados Unidos. Está a 4 horas de Barcelona, y 4
horas de Nueva York. Los habitantes de las Azores han tenido que enfrentarse
durante siglos a los elementos: el aislamiento de ser una isla en medio del
océano, tempestades, terremotos, volcanes y ballenas han marcado la existencia
de este archipiélago rodeándolo de un aire de salvaje y mítico.
La
presencia de los volcanes marca la fisionomía de la isla con playas negras,
rocas de lava, cráteres, centrales de energía geotérmica, piscinas de lava,
aguas termales, fuentes de azufre y hierro.
La
climatología es caprichosa y cambiante. Un sol espléndido y calor en la costa y
a 10 quilómetros cuadno empiezan las montañas niebla espesa, lluvia y frío. La
temperatura se mantiene en invierno siempre en torno a los 14 grados.
Turismo
sostenible y ecológico
Al
contrario que en otros lugares turísticos como podría ser España con un modelo
de turismo de complejos hoteleros, masificación, turismo de sol, playa, fiesta,
ruido y borrachera para playa, las Azores está aplicando las recetas del
desarrollo sostenible. Han elegido la vertiente ecológica del turismo:
avistamiento de aves y ballenas, turismo verde, senderismo, alojamientos
rurales, paz y sosiego.
Por
las aguas del archipiélago pasan más de 20 especies de cetáceos, lo que explica
que el avistamiento de ballenas o nadar con delfines sea una de las actividades
turísticas más populares de las islas. Durante siglos, los arponeros de estas
tierras fueron los más solicitados por las compañías debido a sus grandes
habilidades para atrapar ballenas. Actualmente, esta actividad está prohibida.
Si la niebla lo permite, las Azores son un paraíso para los amantes del
senderismo. Además, hay otras actividades en la naturaleza y al aire libre como
el windsurf, submarinismo, parapente, espeleología.
Pese
a las posibilidades del turismo, la agricultura y la pesca son las grandes fuentes
de ingresos de las Azores. Muy religiosos y tradicionales, sencillos, los
habitantes de las Azores parecen luchar por detener el tiempo, mantener
intactas sus costumbres e impedir la invasión de turismo y de modernidad. Sus
casas blancas y bajas, con grandes ventanales sin rejas, muestran el esmero y
la delicadeza de sus habitantes y también la seguridad de la isla.
Eso
sí, como en casi todas las islas que he visitado en mi vida, el transporte
público es muy limitado, así que lo mejor es alquilar un coche. Las carreteras
son correctas. Tienen unas vías rápidas como autovías que recorren la parte
norte y central de la isla. Y luego carreteras de montaña con muchas curvas,
como es normal, y que sólo dan miedo cuando te sorprende la niebla espesa que
no te deja ver nada.
En
cuanto a la gastronomía, hay que destacar el sabor intenso y auténtico de sus
platos. Es triste pero es algo a lo que ya no estamos acostumbrados.
Sorprenderte porque un tomate, una col o una patata tienen sabor es una de las
experiencias que hemos vivido en San Miguel. Sus gastronomía es rica en carnes,
pescados, verduras y mariscos. También tienen una amplia gama de repostería y
quesos.
Visita a la parte oriental de la isla
Sete
cidades: seguramente el mayor atractivo de la isla sea la visita a la zona de
Sete Cidades, y posiblemente uno de los objetivos más difíciles de cumplir. Su
nombre se debe a la leyenda de un volcán cuya erupción hizo desaparecer las
siete ciudades que había en la zona.
Desde
el Mirador “Vista do Rei” se obtiene una perspectiva del lago verde y del lago
azul, que es la fotografía emblemática que ilustra la portada de todas las
guías de Las Azores. Según cuenta la leyenda, los lagos se formaron de las
lágrimas de una princesa de ojos azules y un pastor de ojos verdes ante el
dolor de su amor imposible.
A
su alrededor, se suceden los lagos y los miradores, las rutas para recorrer los
cráteres de los volcanes. Sin embargo, la niebla en esta zona de la isla es densa
y persistente, y no te deja ver absolutamente nada. Hasta en dos ocasiones
intentamos conseguir la preciada estampa de la isla, y no lo conseguimos.
A
pocos quilómetros pero ya en el soleado y airoso paisaje de la costa
encontramos el pueblo de Mosteiros. Situado en el extremo de la isla, una costa
abrupta, salvaje, negra, con piscinas naturales en sus coladas de lava,
protegidas de los fuertes vientos. Las olas de blanca espuma golpean islotes y
rocas negros con espectaculares formas que ha esculpido la naturaleza. Lástima
que no haya más que dos bares en el pueblo. En uno de ellos se toman con calma
el servicio y puedes estar una hora y media esperando que te sirvan un bacalao
con chanfaina.
A
pocos quilómetros está la localidad de Ferraria con un romántico faro al borde
del acantilado y una zona de baños de aguas calientes rodeados de lava negra,
que estaban de obras cuando los visitamos. Estamos en el Finisterre de San
Miguel, y aseguran que hay unas vistas preciosas al atardecer.
El centro de la isla
Ponta
Delgada es la capital de San Miguel y de las Azores. Está en el centro de la
isla, a cinco minutos del aeropuerto. Es donde se concentran los servicios y
oficinas, así como tiendas y comercios. Aunque es una ciudad plácida,
silenciosa y tranquila, que al caer el sol se convierte casi en un lugar
fantasma.
Algunos
de los lugares emblemáticos son la Portas das Cidades situada en el punto donde
llegaba el mar cuando fue construida, la iglesia Matriz de piedra blanca, el
forte de Sao Bras, el jardín de Antonio Borges.
- El alojamiento en el hotel Comfort Inn es céntrico y agradable.
- Recomendamos comer o cenar en Aliança, un pequeño bar con clientela autóctona que en un primer momento no invita mucho a entrar pero toda una institución en la ciudad con precios asequibles y platos deliciosos.
A
pocos quilómetros de Ponta Delgada pero en el otro extremo de la isla se
encuentra Ribeira Grande. Es un encantador pueblecito de mar con sus casas de
pescadores, donde se realizan los licores más famosos de la isla en la fábrica
la Mulher do Capote.. Aunque fuimos dos veces a la fábrica y siempre estaba
cerrada, en el centro del pueblo tienen una tienda donde comprar licor de café,
de piña, aguardiente de miel, de arándanos, etc.
Saliendo
de Ribeira Grande y continuando hacia el este se encuentra el mirador de Santa
Iria, para mí uno de los más espectaculares de la isla. A continuación se puede
visitar la fábrica de té Cha Gorreana. La isla de San Miguel es el único lugar
de la Unión Europea donde se cultiva té. En la fábrica de té se pueden ver las
máquinas tradicionales que aún se utilizan para elaborar el té.
Desde
Ribeira Grande se puede baja hasta el centro de la isla y visitar la caldeira
velha aunque en esta ocasión estaba cerrada por las lluvias torrenciales que la
habían destrozado. Se trata de una piscina natural de lava con aguas termales
con una cascada de agua caliente de unos 38º rodeada de exuberante vegetación.
El
valle de Furnas
Desde
el mirador del Pico do Ferro, también otro de los más bonitos de la isla, se
divisa el precioso valle Furnas situado en una caldera. Furnas es un pueblecito
blanco y delicioso ue qcuenta con diversos atractivos como las fumarolas, agujeros
en la tierra donde el agua brota hirviendo a unos 97ºC
Dentro
de las fumarolas de los cráteres se meten cada mañana unas ollas con carne y
verdura. Allí, al calor sulfuroso del volcán se cocina durante seis horas el
famoso “cocido nas caldeiras” que sirven en diversos bares del pueblo por unos
12 euros por persona. Aunque en las guías se recomienda reservar en uno de los
bares del pueblo para poder comer cocido, nosotros nos presentamos sin reserva
y pudimos comer sin problema.
Furnas
cuenta con 22 manantiales naturales de aguas calientes y sulfurosas. Uno de
esos manantiales está en el Parque de Terra Nostra. El Parque de Terra Nostra
tiene un punto decadente y romántico. Son 12 hectáreas de plantas exóticas
surcadas por riachuelos amarillos de aguas férreas. El aspecto de este jardín
botánico muestra el buen gusto por el cuidado de los jardines, que tienen en
las Azores, ya sea en parques, merenderos a pie de carreteras o miradores,
posiblemente por la influencia de la cercana Inglaterra.
El
baño en las aguas férreas del parque fue uno de los momentos más especiales del
viaje a San Miguel que casi nos perdemos porque la mujer que atendía la Oficina
de Turismo, muy amable por otro lado, nos advirtió que si nos bañábamos en las
piscinas de hierro los bañadores y las toallas quedarían teñido para siempre de
color oxido. Como plan B, decidimos comprar ropa interior de saldo en una
tienda de “chinos” del pueblo para usarla en lugar de los bañadores, pero al
llegar a la piscina nos confirmaron que el óxido se iba si no lo dejabas secar.
Aguas
férreas donde el agua brota amarilla a más de treinta grados. Es una sensación
extraña introducirse en aquel agua caliente completamente opaca y con olor a
óxido. Luego hay que restregarse mucho y muy fuerte para que el amarillo se
desprenda de la piel. Es una lástima que sólo haya una ducha y los vestuarios
al aire libre carezcan de luz o de colgadores para poder cambiarse con
comodidad, pero uno se adapta por la experiencia.
Para
completar la excursión hay rutas senderistas que recorren el lago do Fogo. En
nuestro caso, nuevamente las lluvias torrenciales habían destrozado el camino y
no se podía acceder.
La
parte occidental de la isla
Nordeste
es un pueblecito blanco tranquilo y sosegado, con un hermoso puente de siete
arcos. A la salida del pueblo hay un desvío por un empinado camino de unos 500
metros que más vale hacer andando que con coche, aunque haya que sufrir en la
subida, nos lleva al faro más antiguo y más occidental de la sila. A unos
quilómetros encontramos los miradores con con jardines colgantes que caen sobre
los acantilados. El mirador de la Ponta do Madrugada y el mirador de la Ponta
do Sossego.
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