A este tipo de ficciones les ponen la etiqueta de “distopia”
porque son situaciones terribles (al contrario que la utopía) que no han tenido
lugar. Realmente ¿no han tenido lugar? ¿no están teniendo lugar ahora mismo y desde
hace años? Mientras estaba siguiendo la
serie vi una fotografía en Twitter que no he conseguido olvidar. Era una imagen
de unas mujeres en Kabul en los años 70, aparentemente unas amigas jóvenes con
sus cabellos sueltos y largos, sus minifaldas y sus tacones
, siguiendo la
moda de aquella época. Esas mismas mujeres vivían en Afganistán en los 70 y
luego en los 80, en los 90, en la actualidad bajo un régimen totalitario que
las cubrió con un burka y anuló todos sus derechos. No es la misma historia que
nos explica Margaret Atwood en el Cuento de la Criada. Nos parece abominable el
sufrimiento de Emily, de June, incluso de Serena, y es el mismo que llevan
sufriendo desde hace décadas tantas personas en nuestro mundo real (y no de
ficción).
Debatiendo sobre este tema durante una caminata por las
montañas de Groenlandia una de mis compañeras de viaje me recomendó el libro “Leer
Lolita en Teherán” de Azar Nafisi que no dudé en conseguir al regresar a
Barcelona.
Se trata de una obra de no ficción, los recuerdos una profesora
iraní que imparte literatura inglesa en
diversas universidades de Teherán desde principios de los 80 hasta finales de
los 90 en los que se exilia a Estados Unidos, donde había estudiado desde que
tenía 13 años hasta que decidió regresar a su país en plena revolución. En el
libro asegura que hasta que regresó a su país de nacimiento, Irán, que se dio
cuenta de lo que realmente significa el exilio.
Un pasado de libertad, un presente de opresión
Como en el Cuento de la Criada, en “Leer Lolita en Teheran” vamos
viendo el contraste entre el pasado democrático y el presente totalitario, que
se ceba especialmente con los derechos de las mujeres pero que acaba ocupando
todos los espacios de la vida cotidiana. Asistimos al paulatino recorte de derechos,
a las primeras protestas e insumisiones, a las terribles represalias contra los
que se niegan a acatar las nuevas normas. Purgas, expulsión de los puestos de
trabajo, inhabilitación, torturas, encarcelamiento, ejecuciones. Son también
las consecuencias de aquellos que rebelan contra Gilead.
“La revolución fue algo hermoso porque los iraníes querían
un cambio en sus vidas. Y deseaban mejorarlas; deseaban tener más derechos, más
derechos relativos a su participación en la política. Pasó a ser una pesadilla
cuando un grupo de personas confiscó ese sueño e intentó imponer su propia
imagen a toda la sociedad. Entonces es cuando los sueños se vuelven
destructivos, y eso es lo que los hace tan peligrosos”
“Mi madre había elegido con quién quería casarse y había
estado entre las seis primeras mujeres elegidas para el Parlamento en 1963. En
esos años, cuando yo era pequeña, la diferencia que había entre mis derechos y
los derechos de las mujeres de las democracias occidentales era mínima. Pero
entonces no estaba de moda pensar que nuestra cultura era incompatible con la
democracia moderna, ni que había una versión occidental y otra islámica de la
democracia y de los derechos humanos. Todos queríamos libertad y oportunidades.
Por eso apoyamos el cambio revolucionario; porque exigíamos más derechos, no
menos. … En mi adolescencia yo había visto que dos mujeres habían llegado a ser
ministras. Después de la revolución, esas mismas mujeres fueron sentenciadas a
muerte por luchar contra Dios y por fomentar la prostitución”.
La insumisión de los pequeños gestos
En el Cuento de la Criada vemos como cada persona necesita
buscar sus propias vías de libertad en un estado tan opresivo. Serena fuma
cigarrillos como un acto de rebeldía. Resulta conmovedor las chicas protagonistas
de “Leer Lolita en Teherán”, que recordemos no son personas de ficción sino
personas reales, también precisas de esos gestos personales de libertad
personal para sentirse seres humanos. Así, salir a la calle con los labios o
las uñas pintadas bajo el manto negro es un acto de rebeldía para ellas, teniendo
en cuenta que se arriesgan a ser arrestadas o torturadas a latigazos si las
detiene por la calle una patrulla de la moralidad. Y aun así, las personas
necesitamos sentirnos libres aunque sea con esos detalles. “Al margen de que el
Estado se hiciera represivo, al margen de lo intimidadas y asustadas que
estuviéramos, al igual que Lolita, queríamos huir y crear nuestras pequeñas
trincheras de libertad. Y al igual que Lolita, aprovechábamos todas las
oportunidades para hacer gala de nuestra insubordinación mostrando un poco de
cabello por debajo del pañuelo, poniendo un poco de color en la gris
uniformidad de nuestro aspecto, dejándonos crecer las uñas, enamorándonos y
escuchando música prohibida”.
Como explica Azar Nafisi en una entrevista al final del
libro: “Lo que realmente deseaba investigar era cómo se las arregla la gente
cuando vive en una realidad opresiva. ¿Cómo crean por sí mismos espacios
abiertos con la imaginación? En realidad ese es el tema principal del libro: el
papel de la imaginación a la hora de crear espacios abiertos, de resistir a la
tiranía tanto de la política como del tiempo”.
Igual que en Gilead, el sistema se organiza para implicar a
todos los ciudadanos y que nadie tenga escapatoria. “El peor crimen que cometen
las ideologías totalitarias es que obligan a los ciudadanos, incluidas sus
víctimas, a ser cómplices de sus crímenes… La única forma de salir del círculo,
de dejar de bailar con el carcelero, es descubrir la manera de conservar la
individualidad. … Invadían la intimidad e intentaban moldear cada gesto con el
propósito de obligarnos a convertirnos en uno de ellos, lo que, en sí mismo,
constituía otra forma de ejecución”
Nafisi en el libro relata esta escena: “Sentada frente a mí,
dando vueltas a la cucharilla, me explicó por qué todos los actos normales de
la vida se habían convertido, para ella y para otros jóvenes como ella, en
pequeños actos de rebeldía y de insubordinación política”.
El control del Estado totalitario que nos relata Nafisi en
Irán llega a invadir aspectos como el amor, el entusiasmo o la alegría que eran
considerados ilegales. Así nos lo relata cuando habla del cine iraní: “En las
películas iraníes, incluso, cuando se supone que hay dos personas enamoradas,
el amor no se percibe ni en sus miradas ni en sus gestos. El amor estaba
prohibido, desterrado de la esfera pública. ¿Cómo podía experimentarse si
expresarlo era algo ilegal?”
Y también en una escena en la que acuden a un concierto casi
ilegal donde unos jóvenes tocan esforzándose por parecer apáticos: “El grupo
estaba formado por cuatro jóvenes iraníes, todos aficionados, que nos
amenizaron con sus versiones de los Gypsy Kings. Pero no se les permitía
cantar: solo podían tocar sus instrumentos. Tampoco podían mostrar ningún
entusiasmo por lo que hacían, porque manifestar emociones era antiislámico”.
En Gilead no hay cine, no hay música, no hay libros, no hay
formas de manifestar la imaginación porque sería subversivo. “Vivir en la república islámica es como tener
relaciones sexuales con un hombre al que aborreces”, explica una alumna de
Nafisi en el libro, “Bueno, pues así es; si te obligan a acostarte con alguien
que te disgusta, dejas la mente en blanco y finges estar en otra parte, tiendes
a olvidar tu cuerpo; lo detestas. Eso es lo que hacemos aquí: fingimos
constantemente que estamos en otra parte... planeándolo o soñándolo”.
Y ese estar en otra parte, esa huida mental, ese refugio vital,
esa imaginación prohibida lo consiguen mediante la literatura y las clases que
imparte la profesora Nafisi, primero en la Universidad, y después en un club de
lectura que crea en su casa cuando no puede soportar más someterse al sistema
universitario.
Descubrir la vida que nos han arrebatado
En algún momento, alguna de las alumnas logra “estar en otra
parte”. Hay un episodio que relata Nafisi en “Leer Lolita en Teherán” que es
cuando una de sus alumnas consigue hacer un viaje a Damasco acompañando a su
marido por trabajo. Las sensaciones que describe la chica al regresar recuerdan
tanto al primer viaje de Serena y su marido a Canadá para participar en un
encuentro político. Cuando Serena mira por la ventana del coche y ve a las
parejas de la mano, besándose con libertad, vistiendo la ropa que desean y no
la que le imponen. En este sentido, la alumna de Nafisi explica que “ Lo que
más la afectó, sin embargo, fue el hecho de encontrarse en las calles de
Damasco, por las que paseaba libremente, de la mano de Hamid, vestida con
vaqueros y camiseta. Describió lo que era sentir el viento y el sol sobre su
cabello y su piel. … se sentía furiosa por lo que podría haber sido. Estaba
enfurecida por los años que había perdido, por su cuota perdida de sol y viento
… Era un contexto distinto en su relación; ella se había convertido en una
extraña, incluso para sí misma. ¿Esta era la misma Mitra, se preguntaba, esta
mujer con vaqueros y camiseta naranja que pasea al sol con un atractivo joven?
¿Quién era esa mujer? ¿Podía aprender a incorporarla a su vida si se fuera a
vivir a Canadá?” Curiosamente, para las alumnas de Nafisi Canadá se convierte
en la tierra prometida igual que pasa en Gilead de Margaret Atwood, en este
caso por proximidad geográfica.
Otro de los ingredientes más inquietantes, y también más
determinantes, de El Cuento de la Criada es pensar que las mujeres adultas de
la serie tienen referentes en el pasado para conocer qué era la democracia y la
libertad, para saber cuáles son sus derechos porque los perdieron. Pero las
chicas jóvenes o las niñas que nacen en Gilead no tienen ningún tipo de
referente, no conocerán otra realidad más que esa, no podrán imaginar que otro
mundo es posible. Parece ser que es lo que empuja a Serena a intentar salvar a
la niña al final de la segunda temporada. El régimen totalitario en Irán dura ya 40
años, las chicas de mi edad no habrán conocido otra realidad que esa. ¿Cómo rebelarse
si no puede saber que otro mundo es posible? “ Mis chicas hablaban
constantemente de besos robados, de películas que jamás habían visto y de la
brisa que nunca habían sentido sobre la piel. La generación de ellas no tenía
pasado. Sus recuerdos eran un deseo que se expresaba a medias, algo que no
habían tenido nunca. Aquella carencia, aquel anhelo de los aspectos de una vida
cotidiana y que se daba por supuesta, confería a sus palabras una cualidad
luminosa, cercana a la poesía. Si ahora, en este momento,
tuviera que dirigirme a los que se sientan afines a mí en esta cafetería, en un
país que no es Irán, para hablarles de la vida en Teherán, ¿cómo reaccionarían?”
Clases magistrales de literatura
Además de permitirnos conocer de primera mano la dureza de
la vida en Irán, “Leer Lolita en Teherán” tiene otros elementos que la hace
interesante, especialmente las clases de literatura que recibes.
La autora decide estructurar el libro en diferentes capítulos,
cada uno de ellos corresponde a un escritor o escritora o a una obra, basándose
en sus clases de literatura en la Universidad o en su club de lectura. A través
del análisis que ella hace o de los debates con los alumnos asistimos a magníficas
clases de literatura sobre Lolita de Nabokov, El Gran Gatsby de F. Scott
Fitzgerald, las obras de Henry James y las de Jane Austen, que sirven a Nafisi
para vincularlo con aspectos de la vida cotidiana en Teherán.
Lolita es la obra con la que empieza el libro y que le da título,
justamente por el paralelismo que la autora encuentra con la situación en su
país: “La desesperada verdad de la historia de Lolita no es la violación de una
niña de doce años por un viejo verde, sino la apropiación de una vida por otra”
Y es que cuando lees la novela de Nabokov no siempre eres
consciente que conocemos a Lolita sólo por cómo la describe su padrasto
violador. Creo que se ha cometido una injusticia terrible con el autor y con su
personaje, porque demasiadas veces, especialmente en el cine, se ha
interpretado a Lolita desde la mirada del agresor. “Así, emerge otra Lolita que va más allá de su
caricatura de niña atrevida, vulgar e insensible, a pesar de que también lo
sea. Una chica solitaria, herida, despojada de su infancia, huérfana y sin
refugio”.
“Lolita forma parte
de una especie de víctimas indefensas a las que nunca se les concede la oportunidad
de contar su propia historia. Como tal, se convierte en víctima por partida
doble: además de arrebatarle su vida, también le quitan la historia de su vida.
Nos dijimos que participábamos en aquel seminario para no ser víctimas de ese
segundo crimen”
El objetivo de Nafisi es pues dar voz a todas esas vidas
silenciadas y oprimidas por el régimen autoritario, especialmente a las
mujeres. Igual que en el Cuento de la Criada, Nafisi se focaliza en la
situación de la mujer en Irán para reflejar el impacto de los regímenes
totalitarios, pero sus consecuencias son devastadoras para toda la población. Vemos
como destroza la vida de mujeres sí, pero también de los intelectuales, de artistas,
de colectivos de otras razas o religiones, de personas con ideales democráticos.
Como concreta la autora en la entrevista: “Si desea saber el grado de libertad
existente en una sociedad, hay que observar a las mujeres (también en este
país; las mujeres, los homosexuales y las minorías son los canarios que se
bajan a la mina de carbón), ya que simbolizan los derechos individuales que son
el aspecto más peligroso para un estado totalitario”
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