Con motivo de los 100 años del estallido de la I Guerra Mundial
se publicaron muchos reportajes y novelas. Me apetecía aproximarte más a este
período histórico, posiblemente más decisivo que la II Guerra Mundial de la que
tenemos muchísima más información y referentes. Como el tiempo es limitado,
busqué entre algunos monográficos alguna de las obras más destacadas. Y casi
todo el mundo coincidía en recomendar la lectura de “Los cañones de agosto” de
Barbara Tuchman. Y realmente, es una lectura interesante y apasionante que
recomiendo a todo aquel que tenga interés por la historia y que además tenga
ganas de leer un texto brillante y emocionante.
La obra narra los momentos previos al estallido de la I
Guerra Mundial, así como el primer mes de lucha. De hecho, los dos bandos
tenían calculado que la contienda no duraría más de unas semanas. Tenían el
plan previsto día a día. Sin embargo, los cálculos fallaron y se vieron
atrapados en una guerra interminable.
Con un estilo claro y directo, creo que es uno de los
trabajos de no ficción más admirables que he leído nunca. Porque consigue
mantener la atención y la emoción con un estilo narrativo como si de una novela
se tratase, y porque cada detalle, conversación, descripción están
documentados. Escribe Robert K. Massie
en su prefacio a la obra “El mayor mérito de la señora Tuchman es que, en las
páginas de su libro, consigue revestir los acontecimientos de agosto de 1914 de
tanto suspense como el experimentado por las personas que lo vivieron realmente”.
No en vano, Tuchman fue historiadora, periodista y escritora,
entre otras muchas cosas. Y sin duda, el libro es fruto de todas esas pasiones.
El ingente trabajo de documentación le supuso el Premio
Pulitzer. De hecho, me he acordado mucho cuando estudiamos “periodismo
literario” en la Universidad que leímos y analizamos algunos delos grandes
trabajos de reportajes periodísticos literarios de referencia como “A sangre
fría”, centrándonos tal vez excesivamente en “El nuevo periodismo” y pienso que
esta obra es uno de los máximos exponentes de este tipo de periodismo que
debería estudiarse en las facultades de comunicación.
Una guerra con cita
previa
Ha pasado a la historia que el desencadenante de la I Guerra Mundial fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando. Sin embargo, los dos bandos
(francés y alemán) llevaban años preparando esta guerra.
“En la primavera del año 1914, la labor conjunta de los
estados mayores francés e inglés había sido completada hasta el último
batallón, pues incluso habían sido fijados los lugares donde tomarían café. El
número de vagones de ferrocarril franceses, el número de intérpretes, la
preparación de las claves, el forraje para los caballos, todo estaba ya
perfectamente previsto en el mes de julio”. Francia se pasa años preparándose
para una guerra que Alemania anuncia con la sorprendente convicción que tiene
derecho a invadir Francia, porque es un asunto de subsistencia, son tan grandes
que su propio territorio se les queda pequeño. Son tantos los argumentos que se
repiten 25 años más tarde.
El decisivo miedo a cambiar
los planes establecidos
Uno de los momentos más reveladores del libro es cuando la
autora relata el momento en que se decide iniciar la guerra. Había dos opciones:
atacar a Rusia o invadir Bélgica para llegar hasta la Francia, con el agravante
que había un pacto internacional que establecía que si algún país atacaba la neutral
Bélgica, Inglaterra tenía el deber de defenderla. Y si Inglaterra entraba en la
contienda, era probable que Estados Unidos se añadiera. Sin embargo, si se
atacaba Rusia las potencias occidentales iban a permanecer al margen del
enfrentamiento entre dos países que además tenían una civilización y un régimen
que no era el sistema de vida que defendían Francia, Inglaterra o Estados Unidos.
Que aquel verano de 1914 la contienda pasara de una guerra
bilateral breve a la I Guerra Mundial pudo depender, según apunta Tuchman, de
la insistencia de un alto mando alemán y la resistencia a cambiar los planes
establecidos.
Tuchman muestra como Moltke, el militar que está al mando de la contienda y que lleva más años preparando
la guerra según en Plan Schlieffen basado en invadir Bélgica, ha movilizado y trasladado ya a sus hombres a la
frontera belga, enfurece cuando el Emperador alemán duda si empezar o no la
guerra, si seguir negociando, si encontrar otras opciones, si empezar la guerra
atacando a Rusia y no a Francia a través de Bélgica. Moltke monta en cólera
porque las dudas del Kaiser trastocan sus planes y su trabajo realizado hasta
ahora. “Veía cómo todos sus planes se derrumbaban, cómo irían los suministros
por un lado y los soldados por otro, y quedarían compañías sin oficiales,
divisiones sin plana mayor y los 11.000 trenes que habían de partir a
intervalos de diez minutos se verían sumidos en la mayor confusión de la
historia militar”.
Así que al final lo que acaba dando inicio al comienzo de la
I Guerra Mundial (y como consecuencia a millones de muertos, a la II Guerra
Mundial y al orden geopolítico del siglo XX y quizás XXI) es el miedo alemán al
desorden de hacer recular al ejército y el dar al traste con años de
planificación: “Majestad no se puede hacer, replicó Moltke, el despliegue de
millones de hombres no puede ser improvisado. Si Vuestra Majestad insiste en
mandar todo el Ejército al Este, no será un ejército dispuesto a entrar en
batalla, sino un desorganizado grupo de hombres armados que no podrá contar con
suministros de ninguna clase. Estas disposiciones han requerido de una labor
muy minuciosa durante un año…. Moltke guardó un breve silencio después de haber
pronunciado estas palabras, para añadir la base de todo gran error alemán, la
frase que provocó la invasión de Bélgica y la guerra submarina contra Estados Unidos,
la frase inevitable de los militares cuando intervienen en la política… “y lo
que está dispuesto, no puede ser alterado”.
El mundo nunca volvió a ser igual.
El inconcebible heroísmo
de la población civil
Uno de los grandes errores de Francia es que piensa que el
mundo no ha cambiado y que va a ser una guerra tradicional, como las que ha
habido hasta ahora donde va a primar la lucha cuerpo-cuerpo, De hecho, Francia cree que una lucha que no sea así es
casi un deshonor, hasta el punto que en “en 1913 se licenció a cinco
instructores de la Academia que persistían en enseñar la herejía de las
tácticas con armas de fuego”.
Así pues Francia no está instruida ni equipada para la
guerra que ha preparado Alemania, que evidentemente no tiene en cuenta todas
esas lindezas del bando francés. Así por
ejemplo, no salen de su asombro cuando el 6 de agosto, un zeppelín alemán sale
desde Colonia y bombardea desde el aire la ciudad belga de Lieja. Se inaugura
así una nueva manera de hacer la guerra que en Barcelona se convertiría casi en
una costumbre veinte años después. También Alemania inaugura nuevos métodos,
como cuando decide que la población civil no debe “quedar exenta de las
consecuencias bélicas, sino que había de sufrir sus efectos y ser forzada, por
cualquier medio, a obligar a sus jefes a pedir la paz”. Quieren hacer la vida
tan imposible a la gente que su país no tenga más remedio que rendirse. Así se
dedican a quemar pueblos, masacrar ciudadanos, arrasar por donde pasan.
Ahora bien, en este caso, a Alemania le sale el tiro por la
culata. De hecho, están desconcertados porque la población civil belga y francesa
no actúa como ellos esperaban. No sólo no suplican a los gobernantes la
rendición sino que ellos mismos se rebelan contra la ocupación alemana y por
iniciativa propia atacan al ejército alemán. Los poderosos soldados alemanes
llegan a tener pánico a entrar en los pueblos más pequeños y deliciosos porque
los particulares les disparan desde las ventanas o les ponen bombas de
fabricación casera a su paso. El ejército
alemán está desconcertado: “que la población pudiera sentir deseos de lucha sin
una orden de arriba, se les antojaba completamente inconcebible”. Aquí Tuchman
cita a Goethe en una frase reveladora: “Si han de elegir entre injusticia y
desorden, los alemanes siempre se inclinaran por la injusticia”. Así pues, un pueblo
que actúa por iniciativa propia para defender su país, su pueblo, su
civilización se les antoja deleznable.
“Seguros sólo en presencia de la autoridad, consideran al
resistente civil como un elemento muy siniestro. Para la mente occidental, un
francotirador es un héroe, pero para el alemán es un hereje que amenaza la
existencia del Estado”. Por eso tampoco entienden más tarde los monumentos y
homenajes que levantan Bélgica y Francia a la resistencia civil. Tal vez pensar
y actuar por uno mismo sin seguir las órdenes superiores no está en su
concepción del mundo, y entonces cobra mucho sentido otras ideas como “la banalización del mal” de Hannah Arendt.
“Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad
del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del
sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por
las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La
tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son
considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las
órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores” (Wikipedia).
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