Este verano me propuse darle una nueva oportunidad a mi
relación con Virginia Woolf, puesto que sólo había tenido un encuentro
frustrado con ella hace años a través de la lectura de Al faro. Me parecía
extraño que fuera una autora referente para escritoras que me gustan y que a mí
no hubiera logrado tocarme. Así que decidí volver a intentarlo con Mrs. Dalloway,
y ahora no pienso dejarlo. Incluso voy a releer Al faro para comprobar si aquel
desencanto tuvo más que ver con el momento o la edad en que lo leí.
Resulta evidente que me ha fascinado la lectura de Mrs. Dalloway.
Y es literal pero me ha atrapado desde la primera página. Creo que casi he
llegado a leer con la boca abierta de administración los primeros pasajes de la
novela que te llevan en volandas en un plano secuencia exquisita por una mañana
de junio de Londres. Son muchísimas páginas de un travelling maravilloso que va
saltando de personaje en personaje, que recorre las calles del centro de
Londres a través del trayecto de un coche misterioso y luego se eleva siguiendo
la estela de un avión que cruza el cielo de la ciudad. A través de estos viajes
nos van llegando retazos de conversaciones, fragmentos de pensamientos, olores,
texturas, colores, sueños, decepciones y el cruce casual de los principales
personajes de la novela que se van entrelazando a lo largo de todo un día.
Y es que a la imagen del Ulises de Joyce, Mrs. Dalloway es
una novela que pasa en un solo día, aparentemente anodino, en la vida de Clarissa
Dalloway mientras prepara una fiesta. Entonces te das cuenta que a menudo el argumento
en sí no es lo más importante y aquello que te deja huella son los personajes
así como la técnica para hacérnoslos llegar. Sinceramente, creo que pocas veces
he leído una novela donde esté lograda de forma tan brillante la representación
del hilo de los pensamientos que va saltando de un personaje a otro, de una
escena a otra, del pasado al presente sin que te deje ir nunca de la mano. Recrear
los pensamientos no es un recurso fácil. A menudo se tienden a presentar de forma
ordenada, estructurada, coherente, cuando todos sabemos que el pensamiento es a
menudo un caballo desbocado que se mueve sin dirección, orden y va saltando de
un asunto a otro, se pierde, desvaría, se aleja y, en algún momento vuelve a la
realidad. Como tan bien retrató Cortázar en el cuento “El perseguidor “, a
menudo, los pensamientos que tienen lugar entre dos estaciones de metro consecutivas
sirven para recrear toda una vida. Woolf a demás logra un fascinante contraste entre
los dos planos: la libertad de los pensamientos de los personajes frente al
control y rigidez que expresan en sus diálogos.
En Mrs. Dalloway conviven dos personajes principales cuyas
vidas van entrelazándose sin llegar nunca a tocarse. La misma Clarissa con los
preparativos de su fiesta y Septimus Warren Smith, que atormentado por las
experiencias vividas en la guerra nos presenta el padecimiento de los
trastornos mentales y las ideas de suicidio. Sin embargo, me han resultado mucho
más interesante la mirada sobre los protagonistas que tienen los personajes que
los envuelven, como la mujer de Septimus que vive angustiada por no saber cómo
ayudar y aliviar el padecimiento de su marido. Y especialmente el personaje de
Peter Walsh, antiguo amor de juventud de Clarissa que reaparece de pronto en su
vida y nos permite saltar al pasado y cuya presencia abre uno de los grandes
temas de la novela que nos interpela
también como lectores: en quién nos hemos convertido, somos las personas que
queríamos ser cuándo teníamos 15 o 20 años, nos hemos convertido en aquello que
intentábamos evitar, fuimos valientes y cobardes, a dónde nos han llevado
nuestras decisiones, fueron acertadas o equivocadas, estamos a tiempo de
cambiar la ruta que trazaron aquellas decisiones.
Así comprobamos que se ha cumplido el pronóstico que un joven
Peter le hacía a una adolescente Clarissa para provocarla cuando aseguraba que
acabaría casada con un político y siendo una maravillosa anfitriona. “How he
scolded her! How they argued! She would marry a Prime Minister and stand at the
top of a staircase; the perfect hostess he called her (she cried over it in her
bedroom), she had the makings of the perfect hostess, he said”. Y,
efectivamente, Clarissa está casada con un diputado y es una sociable y adorable
mujer que disfruta organizando fiestas para amigos y conocidos. A la joven
Clarissa esa perspectiva de futuro la hacía llorar y enfurecer. Y sin embargo,
ahora es aparentemente feliz. Sin embargo, Woolf nos insinúa que Mrs. Dalloway duerme
separada de su marido, no tienen una vida sexual satisfactoria y tiene problemas
de salud como migrañas, insomnio y ha sufrido algún episodio de inestabilidad
emocional que no se llega a concretar. Nos encontramos a una Mrs. Dalloway
madura, consolidada en su papel, que no duda de lo que tiene pero que algún momento
esa fachada de satisfacción se resquebraja. No debe ser fácil confrontarte a ti
misma con esa imagen de persona que juraste que nunca serías.
En un momento de su juventud Clarissa tomó un camino e hizo
una elección que fue casarse con un hombre bueno pero anodino que le ha comportado
una vida cómoda, previsible, estable en la que es feliz. “But she
had often said to him that she had been right not to marry Peter Walsh; which,
knowing Clarissa, was obviously true; she wanted support. Not that she was
weak; but she wanted support”. Tomó conscientemente esa decisión en
lugar de tomar otros caminos como seguir explorando los sentimientos y la
atracción por una mujer, su mejor amiga de entonces que también hace aparición
en la fiesta, o continuar su relación tormentosa, retadora con Peter que a menudo la cuestiona, la provoca,
la remueve. El personaje de Peter Walsh
es, sin duda, mi preferido, como ese hombre idealista e inquieto que fue rechazado,
que sufrió, que huyó a la India para recuperarse, que nunca ha olvidado, que
sigue sintiendo amor y a la vez rechazo por la mujer en la que Clarissa se ha
convertido porque reconoce las cosas que adoró así como aquellas en las que
temía que cayera.
Mrs.Dalloway me parece una novela redonda, brillante,
exquisita tanto por su técnica y estilo como por la profundidad de los temas que
presenta de una forma sutil, discreta, delicada bajo la anodina apariencia de la
organización de una fiesta.
Así que Woolf, ya soy toda tuya.
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