Un nuevo caso de mujer que ha pasado a la historia por ser
la “pareja de” aunque reunía méritos propios para hacerlo en su propio nombre,
aunque fuera con un pseudónomio. Gerda Taro, nacida Gerta Pohorylle, fue una de
las pioneras del fotoperiodismo. Además, tiene el triste honor de ser
considerada la primera mujer fotoperiodista que cubrió un frente de guerra y la
primera muerta en el campo de batalla. Fue en la Guerra Civil española hizo
ayer justamente 83 años.
En la Guerra Civil española nace el fotoperiodismo cuando
algunos fotógrafos se trasladan al frente parar cubrir la contiendan y sus
fotos son compradas por medios internacionales para informar del conflicto.
Taro lo hace a través de la agencia Capa que había fundado junto con su pareja,
Robert Capa cuyo nombre y personaje también es obra suya. Aquellos primeros
fotógrafos crean el fotoperiodismo de guerra con una mirada cercana,
descarnada, desprovista de grandilocuencia, retratando la vida cotidiana, los
detalles del frente y de la retaguardia, siendo testimonio de la realidad de la
guerra moderna que no son las grandes batallas de los libros de historias sino
los hombres tras las trincheras solitarios con un fusil al hombro.
Me ha llevado a profundizar un poco más en la vida y obra de Gerda Taro le lectura de
“La chica de la leica” de Helena Janeczek que ganó el premio Strega que siempre
me parece una garantía. Sin embargo, y una vez más esta temporada, no ha sido
una lectura fácil. No se si mi impresión habría cambiado de leer la novela en
italiano que es como está escrita originalmente, así que no sé si es un tema de
la traducción o del estilo de la autora pero la construcción de las frases, los
rodeos, el hilo narrativo me ha expulsado a menudo de la lectura, y he tenido
que esforzarme por volver a sumergirme una vez tras otra. Puede que también sea
porque la historia de Gerda está contada a través de tres personajes testimonio
que explican su vida desde tres puntos de vista de personas que la quisieron.
Un amigo eternamente enamorado de ella, su novio de juventud y su mejor amiga y
compañera de piso. Ese punto de vista para explicar la historia me parece muy
interesante y un reto que hace tiempo que también intento trabajar, pero es
realmente muy complicado poder enganchar narrando una historia cuando te lo
cuenta alguien que sólo vivió fragmentos. Por eso, la experiencia de Taro en la
Guerra civil española en esta novela es mínima puesto que ninguno de los tres
narradores compartió esas vivencias con ella. Sin embargo, sí que resulta muy
interesante descubrir a la jovencita entusiasta, comprometida, rebelde en la
Alemania de entreguerras. Me ha hecho
pensar en otras historias de jóvenes extraordinarias que vivieron esta época y
cuyas biografías leí hace tiempo como la de Annemarie Schwarzenbach que
recuperó Melania Mazzuco en “Ella tan amada” o la obra “Tu no eres como las
otras madres” de Angelika Schrobsdorff.
Vinculada a los movimientos obreros y socialistas a
principios de los años 30 en pleno ascenso del nazismo, tiene que huir de
Alemania después de ser detenida. Y llega a París de los años 30 que también es
un escenario fascinante que conocemos sobre todo a través de la narración de su
amiga con quién comparten piso. En ese París donde se reúnen muchos refugiados
de países donde está triunfando el totalitarismo, donde bulle la creatividad y
el arte, el pensamiento. El París era una fiesta de Hemingway.
Taro murió en un fatídico accidente como decía el 1 de agosto de 1937 en la batalla de Brunete cuando volcó el coche en el que iba subida al estribo y salió disparada del vehículo yendo a caer debajo de un tanque del Ejercito Republicano. Su funeral se convirtió den un desfile de banderas rojas en París de todas la persona que estimaban a aquella joven fascinante. Tenía solamente 27 años.
La novela finaliza con una apasionante historia, la de la
maleta mexicana. Se trata de la aventura por salvar de las manos de los nazis,
y salvar como testimonio para la Historia, las fotografías que hicieron de la
Guerra Civil española Capa, Taro y David Saymour (Chim). Los tres
fotoperiodistas y amigos mandaban a su agencia Capa en París. Ante la inminente
llegada de los nazis a París, uno de los amigos del grupo y fotógrafo también
conocido como Csiki hizo una selección de las fotografías, la metió en una
maleta y se fue en bicicleta hasta Burdeos atravesando una Francia en guerra
con el objetivo de llegar hasta la costa y salvar el legado de los tres
fotógrafos. No pudo llegar hasta la costa y le entregó los negativos a un
chileno para que los llevara a su consulado. Ahí se pierde el hilo de la
aventura. Csiki consiguió huir de Europa a tiempo y vivió exiliado en México donde
se casó con la artista Leonora Carrington, de la que hablé justamente en el
post anterior.
Las 450 fotografías y negativos se creyeron perdidos durante
años. En 1995, en su lecho de muerte la hija del general mexicano Francisco
Javier Aguilar Gonzalez le entrega una bolsa abandonada en un armario con cajas
a hijo de un amiga suya, el director de cine Benjamín Tarver. Tarver descubre
que en las bolsas hay unas cajas con negativos que pone “Espagne” con los
nombres de Capa, Taro y Chim. Aguilar González había sido embajador de México
ante el Gobierno de Vichy entre los años 1941 y 1942 y alguien le había
entregado la maleta antes de coger un barco en Marsella lleno de refugiados
españoles que se exiliaban a México.
Esta historia me ha llevado también a ver el documental “Lamaleta mexicana” que explica esa historia. Recuerdo que visité la exposición de
las fotografías que estaban en la maleta en el MNAC hace unos años cuando pasó
por Barcelona. Ahora que conozco mejor la historia, me gustaría verla otra vez.
La maleta y los negativos se encuentran actualmente en el Centro Internacional
de Fotografía de Nueva York.
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