Acabo de finalizar la lectura del libro “Océano África”
del periodista Xavier Aldekoa. Es un
libro que compré con mucho entusiasmo y que me ha estado reclamando desde la
mesita del salón durante todo el año, pero hay lecturas que sólo puedes abordar
con la calma y el tiempo que permiten las vacaciones y el ritmo estival. No
quería leerlo deprisa y corriendo, a trompicones, a ratos muertos y a punto de
rendirme al sueño. Y justamente al cerrar la última página me he lamentado, con
cierta culpabilidad, de todo el compromiso, honestidad, trabajo, esfuerzo,
riesgo para la propia vida que periodistas como Aldekoa, y otros tantos, entregan
a la profesión para escribir reportajes que a menudo los lectores, incluso los
mismos periodistas, leemos en las páginas de un diario por encima, en diagonal,
como si fuera fastfood. Los consumimos y
luego los olvidamos, sin ser conscientes de todo lo que hay detrás. “Oceáno
África” nos enseña precisamente todo eso que hay detrás. El esfuerzo por
mantenerse honesto y no caer en las facilidades que supondrían los sobornos, la
lucha por conseguir papeles y que no te requisen cámaras y grabadoras, el
corazón roto ante niños que venden su alma, y la de sus familiares, al diablo
por unos dólares para comer, y el jugarse la vida tantas veces por mostrar al
mundo lo que está sucediendo, y nadie cuenta, y al mismo mundo, una vez que se
lo has explicado… parece que tampoco
importa. Se te rompe el alma cuando la
gente que no tiene nada le suplica al periodista que cuente lo que está
pasando, que dé voz a los que no la tienen. Y el periodista lo hace. Y una vez
se juega la vida por ese compromiso y el de su profesión. Me invade el desánimo
pero no dejo de preguntarme si vale la pena porque una vez contado no sucede
nada, nada cambia, nadie se revuelve en su sofá, nadie mueve un dedo en su
despacho.
Para contar lo que está pasando en África el periodista
cruza el desierto del Kalahari sabiendo que si le pasara algo no encontraría a
nadie en cientos de quilómetros que pudiera ayudarlo. En alguna ocasión le
apuntará un arma mientras secuestran su coche. Hará quilómetros durante días en
furgonetas atestadas sin apenas seguridad por carreteras que son una ruleta
rusa. Y nos contará esas cosas terribles
que está sucediendo y de las que nadie se hace eco. Que a los bosquimanos, el
pueblo más antiguo de la Tierra, el gobierno de Botswana los viene a buscar a
sus casas y los expulsa de sus tierras, donde viven desde hace nada más y nada
menos que 200 siglos, para entregar el subsuelo rico en diamantes a algunas empresas.
Que a los pigmeos, los pobladores más antiguos de la selva de África central,
también los expulsan de las tierras donde han vivido desde hace siglos para que
otras empresas, o tal vez las mismas, puedan deforestar la selva. Y los
pigmeos, en su ingenua inocencia, se quedan a cargo de sus compatriotas
cameruneses que los explotan como esclavos. Nos cuenta que el paraíso en la
tierra existe y se encuentra en el corazón de Nigeria, un vergel exuberante en
unos lagos de agua cristalina… que están cubiertos por un lodo pestilente y
mortífero de gasolina. Compañías como Shell explotaron la zona, hasta que las
instalaciones quedaron viejas y obsoletas y las abandonaron dejando que el
petróleo se derramara sin control y desbastara la zona.
¿Cómo hemos podido leer todas esas historias y no hemos
hecho nada? Hay tantas y tantas historias que deberían haberlos rebelado.
Una vez leído, he colocado el libro en la estantería (aunque le he dicho a todo el mundo que se lo presto para que lo lean y espero que no esté mucho tiempo en la estanteria). Lo he puesto al lado
de Ébano de Kapuscinski que es donde le corresponde estar y donde es posible que
al autor le gustaría, modestamente, que lo colocaran. Es evidente que sus
páginas beben de Ébano. No en vano, un fragmento del libro es lo primero que
encontramos al empezar la lectura. Incluso he reconocido pasajes similares como
el que explica que los transportes en África no tienen horario se salida, salen
cuando se llenan de gente. Al igual que Ébano, se trata de capítulos que
recogen historias personales del periodista en diferentes países.
Cada capítulo es un pequeño relato escrito con habilidad
narrativa que nos atrapa desde las primeras líneas y que, a menudo, acaba
asestándonos un puñetazo en el estómago. El autor sabe combinar de manera
brillante el hilo narrativo, con la descripción y valoración personal y la
información sobre la historia y la realidad social, económica y política del
país en cuestión. Y en la dureza de los relatos también hay espacio para la
ternura y el sentido del humor en medio de la tragedia. También nos recuerdo al
principio que no todo es drama en África, también optimismo, lucha, energía,
entusiasmo, ilusión. Tal vez deba quedarme con ese mensaje y no con la desesperanza
de la pasividad del mundo. Ojalá mucha gente lea el libro de Xavier Aldekoa,
especialmente en las facultades de periodismo, y ojalá mucha gente lo lea a él
en los medios de comunicación y empiece a indignarse para cambiar las cosas. Aldekoa demuestra que Kapuscinski tenía razón y no es oficio para cínicos.
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